29 junio 2022

Cuando yo era el niñodiós

CUANDO YO ERA EL NIÑODIÓS

Cuando yo era el niñodiós, era Moguer, este pueblo,
una blanca maravilla; la luz con el tiempo dentro.
Cada casa era palacio y catedral cada templo;
estaba todo en su sitio, lo de la tierra y el cielo;
y por esas viñas verdes saltaba yo con mi perro,
alegres como las nubes, como los vientos, lijeros,
creyendo que el horizonte era la raya del término.
Recuerdo luego que un día en que volví yo a mi pueblo
después del primer faltar, me pareció un cementerio.
Las casas no eran palacios ni catedrales los templos,
y en todas partes reinaban la soledad y el silencio.
Yo me sentía muy chico, hormiguito de desierto,
con Concha la Mandadera, toda de negro con negro,
que, bajo el tórrido sol y por la calle de Enmedio,
iba tirando doblada del niñodiós y su perro:
el niño todo metido en hondo ensimismamiento,
el perro considerándolo con aprobación y esmero.
¡Qué tiempo el tiempo! ¿Se fue con el niñodiós huyendo?
¡Y quién pudiera ser siempre lo que fue con lo primero!
¡Quién pudiera no caer, no, no, no caer de viejo;
ser de nuevo el alba pura, vivir con el tiempo entero,
morir siendo el niñodiós en mi Moguer, este pueblo!

Leyenda, «Nubes sobre Moguer» 1896-1902, 1, p. 7

Libélula

 en el estanque

28 junio 2022

Booz dormido por Víctor Hugo

 Booz se había acostado, rendido de fatiga; todo el día había trabajado sus tierras y luego preparado su lecho en el lugar de siempre; Booz dormía junto a los celemines llenos de trigo. Ese anciano poseía campos de trigo y de cebada; y, aunque rico, era justo; no había lodo en el agua de su molino; ni infierno en el fuego de su fragua. Su barba era plateada como arroyo de abril. Su gavilla no era avara ni tenía odio; cuando veía pasar alguna pobre espigadora: "Dejar caer a propósito espigas" -decía. Caminaba puro ese hombre, lejos de los senderos desviados, vestido de cándida probidad y lino blanco; y, siempre sus sacos de grano, como fuentes públicas, del lado de los pobres se derramaban. Booz era buen amo y fiel pariente; aunque ahorrador, era generoso; las mujeres le miraban más que a un joven, pues el joven es hermoso, pero el anciano es grande. El anciano que vuelve hacia la fuente primera, entra en los días eternos y sale de los días cambiantes; se ve llama en los ojos de los jóvenes, pero en el ojo del anciano se ve luz.

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Así pues Booz en la noche, dormía entre los suyos. Cerca de las hacinas que se hubiesen tomado por ruinas, los segadores acostados formaban grupos oscuros: y esto ocurría en tiempos muy antiguos. Las tribus de Israel tenían por jefe un juez; la tierra donde el hombre erraba bajo la tienda, inquieto por las huellas de los pies del gigante que veía, estaba mojada aún y blanda del diluvio.
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Así como dormía Jacob, como dormía Judith, Booz con los ojos cerrados, yacía bajo la enramada; entonces, habiéndose entreabierto la puerta del cielo por encima de su cabeza, fue bajando un sueño. Y ese sueño era tal que Booz vio un roble que, salido de su vientre, iba hasta el cielo azul; una raza trepaba como una larga cadena; un rey cantaba abajo, arriba moría un dios. Y Booz murmuraba con la voz del alma: "¿Cómo podría ser que eso viniese de mí? la cifra de mis años ha pasado los ochenta, y no tengo hijos y ya no tengo mujer. Hace ya mucho que aquella con quien dormía, ¡Oh Señor! dejó mi lecho por el vuestro; y estamos todavía tan mezclados el uno al otro, ella semi viva, semi muerto yo. Nacería de mí una raza ¿cómo creerlo? ¿Cómo podría ser que tenga hijos? Cuando de joven se tienen mañanas triunfantes, el día sale de la noche como de una victoria; pero de viejo, uno tiembla como el árbol en invierno; viudo estoy, estoy solo, sobre mí cae la noche, Así hablaba Booz en el sueño y el éxtasis, volviendo hacia Dios sus ojos anegados por el sueño; el cedro no siente una rosa en su base, y él no sentía una mujer a sus pies.
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Mientras dormía, Ruth, una Moabita, se había recostado a los pies de Booz, con el seno desnudo, esperando no se sabe qué rayo desconocido cuando viniera del despertar la súbita luz. Booz no sabía que una mujer estaba ahí, y Ruth no sabía lo que Dios quería de ella. Un fresco perfume salía de los ramos de asfódelos; los vientos de la noche flotaban sobre Galgalá. La sombra era nupcial, augusta y solemne; allí, tal vez, oscuramente, los ángeles volaban, a veces, se veía pasar en la noche, algo azul semejante a un ala. La respiración de Booz durmiendo se mezclaba con el ruido sordo de los arroyos sobre el musgo. Era un mes en que la naturaleza es dulce, y hay lirios en la cima de las colinas. Ruth soñaba y Booz dormía; la hierba era negra; Los cencerros del ganado palpitaban vagamente; una inmensa bondad caía del firmamento; era la hora tranquila en que los leones van a beber. Todo reposaba en Ur y en Jerimadet; los astros esmaltaban el cielo profundo y sombrío; el cuarto creciente fino y claro entre esas flores de la sombra brillaba en Occidente, y Ruth se preguntaba, inmóvil, entreabriendo los ojos bajo sus velos, qué dios, qué segador del eterno verano, había dejado caer negligentemente al irse esa hoz de oro en los campos de estrellas.
1º de mayo de 1859

Cristo de Candás

 Cristo de Candás