09 abril 2021
08 abril 2021
8 de abril
En Nujá asignaron a Jadzhi Murat una pequeña casa de cinco habitaciones, no lejos de la mezquita y del palacio del jan. En ella se alojaron los oficiales que le habían asignado, el truchimán y sus nukeres. A lo largo del día Jadzhi Murat no hacía otra cosa que esperar, recibir emisarios de las montañas y pasear a caballo por los alrededores de Nujá, actividad esta última para la que había recibido permiso.
El 8 de abril, al regresar de uno de esos paseos, Jadzhi Murat se enteró de que en su ausencia había llegado un funcionario de Tiflis. A pesar de su impaciencia por conocer el mensaje que le traía, antes de dirigirse a la habitación en la que le esperaba el funcionario, acompañado de un policía, pasó a su dormitorio y recitó sus oraciones. A continuación entró en la sala en la que recibía a los invitados, que hacía también las veces de cuarto de estar. El funcionario llegado de Tiflis, un orondo consejero de Estado llamado Kirílov, comunicó a Jadzhi Murat el deseo de Vorontsov de que regresara a Tiflis el día doce para entrevistarse con Argutinski.
—Yakshi —dijo Jadzhi Murat con enfado.
El funcionario Kirílov no le había gustado.
—¿Me has traído dinero?
—Sí —respondió Kirílov.
—Llevo esperando dos semanas —dijo Jadzhi Murat, mostrando los diez dedos de la mano y luego cuatro más—. Dámelo.
—Ahora mismo —replicó el funcionario, buscando un portamonedas en su bolsa de viaje—. ¿Para qué lo necesita? —preguntó en ruso al oficial, suponiendo que Jadzhi Murat no le entendería, pero este le entendió y le dirigió una mirada furibunda. Mientras sacaba el dinero, Kirílov, que deseaba entablar conversación con Jadzhi Murat, para tener algo que contarle al príncipe Vorontsov cuando regresara, le preguntó por medio del truchimán si se aburría en Nujá. Jadzhi Murat dirigió una despectiva mirada de soslayo al diminuto y gordinflón funcionario, vestido de paisano y sin armas, y no le contestó. El truchimán repitió la pregunta.
—Dile que no quiero hablar con él. Que me dé de una vez el dinero.
Y, tras pronunciar esas palabras, se sentó de nuevo a la mesa, dispuesto a contar las monedas.
Después de sacar las piezas de oro y disponerlas en siete columnas de diez (Jadzhi Murat recibía una asignación de cinco monedas de oro al día), las empujó hacia él. Jadzhi Murat se las metió en la manga de la cherkeska, se levantó, dio inesperadamente un golpecito en la calva al consejero y se dirigió a la puerta. Kirílov se puso en pie de un salto y ordenó al truchimán que le dijera a Jadzhi Murat que no se le ocurriera volver a tratarlo así, porque su grado equivalía al de un coronel. El policía corroboró sus palabras. Pero Jadzhi Murat hizo un gesto con la cabeza para dar a entender que ya lo sabía y salió de la habitación.
—¿Qué puede hacerse con él? —dijo el policía—. Es capaz de darte una puñalada y asunto arreglado. Con estos diablos no hay modo de entenderse. Y cada día está más irascible.
En cuanto oscureció, bajaron de las montañas dos emisarios con los rostros tapados hasta los ojos. El policía los condujo a la habitación de Jadzhi Murat. Uno de ellos era un muchacho moreno y corpulento de Tavla; el otro, un anciano delgado. No traían buenas noticias. Los amigos de Jadzhi Murat que habían prometido rescatar a su familia se negaban a actuar por temor a Shamil, que había amenazado con infligir los más terribles castigos a quienes ayudaran a su enemigo. Tras escuchar a los emisarios, Jadzhi Murat apoyó los codos en las piernas cruzadas, inclinó la cabeza cubierta con el gorro y guardó silencio unos minutos. Pensaba en alguna solución definitiva. Sabía que estaba considerando el asunto por última vez y que era necesario tomar una decisión. Al cabo de unos momentos levantó la cabeza, cogió dos monedas de oro, entregó una a cada emisario y dijo:
—Podéis iros.
—¿Cuál es la respuesta?
—La respuesta será la que Dios quiera. Idos.
Lev Nikoláievich Tolstói
El cupón falso / Jadzhi Murat
Publicamos en este libro dos novelas cortas del gran escritor ruso Lev Tolstói. En El cupón falso, una de sus obras menos conocidas en España, Tolstói narra la historia de una estafa y de cómo el dinero conseguido a través de un cupón falso cambia la vida de todas las personas por las que va pasando.
En segundo lugar presentamos una nueva traducción de una de sus grandes obras: Jadzhi Murat. En ella nos muestra el conflicto entre la vida sencilla de los habitantes del Cáucaso, regida por la tradición y la costumbre, personificada en el atractivo protagonista que da nombre al título, y la vida «moderna» y «civilizada» representada por los rusos. Tolstói vivió la situación en primera persona, pues estuvo en esa zona durante su etapa en el ejército, por lo que es el mejor guía para adentrarnos en los orígenes de una guerra que perdura hasta nuestros días en Chechenia.
Las dos obras que componen este libro se encuentran entre las mejores que escribió el genio ruso y son, por tanto, dos obras fundamentales de la literatura universal.
07 abril 2021
7 de abril
Hadley hizo comparecer sucesivamente al director de la agencia de alquiler de automóviles, quien explicó en qué circunstancias el automóvil amarillo había sido alquilado y luego devuelto a la agencia; a un empleado de la misma, quien describió a la joven que, la noche del 6 de abril, había devuelto el auto a la agencia, pero no se había presentado en el despacho para retirar su fianza de cincuenta dólares. Después el fiscal interrogó a un experto, que testificó haber hallado huellas dactilares en los pabellones quince y dieciséis del Staylonger Motel durante la noche del 6 al 7 de abril. Sacó varias huellas que él había examinado y seleccionado como «significativas».
—¿Y en qué sentido las encuentra usted significativas? —preguntó Hadley.
—Porque hallé otras huellas similares en el automóvil que acaba de describir el testigo precedente —repuso el experto.
Mediante una serie de preguntas, Hadley consiguió establecer que ciertas huellas encontradas por una parte en los pabellones quince y dieciséis y por otra parte en el automóvil, correspondían indudablemente a las del acusado, Stewart G. Bedford.
—Su turno —dijo secamente a Mason.
—Entre las huellas que encontró en el motel y en el automóvil, había otras que se parecían —hizo observar Mason al testigo—. ¿A quién pertenecen?
—Supongo que proceden de la joven rubia que devolvió el automóvil a la agencia de alquiler y que…
—¿No lo sabe usted?
—No lo sé.
—Y esas huellas que supone usted fueron dejadas por la joven rubia, ¿las encontró también en el pabellón quince y en el pabellón dieciséis?
—En efecto.
—¿Dónde?
—En diversos sitios: en los espejos, en los vasos, en el pomo de una puerta.
—Y estas mismas huellas, ¿aparecían también en el automóvil?
—Exactamente.
—En otras palabras —declaró Mason—, ¿esas otras huellas hubiesen podido ser también las del asesino de Binney Denham?
—Protesto —intervino Hadley—. La pregunta obliga al testigo a llegar a una conclusión.
—El testigo es un experto —observó Mason—. Le pregunto la conclusión que sacó de sus investigaciones, y la limito a sus observaciones personales.
El juez Strouse vaciló y por fin decidió:
—Autorizo al testigo a que conteste la pregunta que acaba de hacerle míster Mason.
El testigo declaró:
—Por lo que yo sé, y en la medida de las observaciones que realicé, tanto una como otra de las dos personas a quienes correspondían las huellas hubiese podido ser el criminal.
—Y, además, ¿el asesinato pudo haber sido cometido por una tercera persona? —sugirió Mason.
—Exactamente.
—Muchas gracias. Eso es todo.
Erle Stanley Gardner
El caso de la chantajista sentimental
Perry Mason
Stewart G. Bedford es un rico hombre de negocios que recientemente se ha casado con una mujer mucho más joven. Una mañana Binney Denham lo visita y le solicita un "préstamo"; para no publicar la ficha policial de su esposa. Poco a poco se ve envuelto en un chantaje, que se complica cuando Binney aparece asesinado.
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