
25 marzo 2021
24 marzo 2021
24 de marzo
La enemistad de Bonaparte y de Bernadotte venía de lejos: Bernadotte se había opuesto al 18 de brumario: posteriormente contribuyó, con conversaciones animadas y el ascendiente que ejercía sobre los espíritus, a esas discordias que llevaron a Moreau ante un tribunal de justicia. Bonaparte se vengó a su manera, procurando desacreditar a toda una personalidad. Tras el juicio de Moreau, le regaló a Bernadotte una casa, en la rue d’Anjou, que le había sido requisada al general condenado; por una debilidad entonces demasiado frecuente, el cuñado de José no se atrevió a rechazar esta munificencia poco honorable. Se hizo donación de Grosbois a Berthier. Tras haber puesto la fortuna el cetro de Carlos XII en manos de un compatriota de Enrique IV, Carlos Juan se opuso a la ambición de Napoleón; pensó que estaba más seguro teniendo como aliado a Alejandro, su vecino, que a Napoleón, enemigo lejano; se declaró neutral, aconsejó la paz y se propuso como mediador entre Rusia y Francia.
Bonaparte montó en cólera; exclamó: «¡Él, el miserable ese darme consejos a mí! ¡Quiere imponerme su ley! ¡Un hombre que todo cuanto tiene lo ha recibido de mi bondad! ¡Qué ingratitud! ¡Se va a enterar de cómo se acata mi voluntad soberana!» A raíz de estos accesos de violencia, Bernadotte firmó el 24 de marzo de 1812 el tratado de San Petersburgo.
No vale la pena siquiera preguntarse con qué derecho trataba Bonaparte a Bernadotte de miserable, olvidando que no era él, Bonaparte, de más alta cuna, ni tenía un origen distinto: la Revolución y las armas. Este lenguaje insultante no revelaba ni altura hereditaria del rango, ni grandeza de alma. Bernadotte no era en absoluto ingrato, porque no debía nada a la bondad de Bonaparte.
El emperador se había transformado en un monarca de antigua estirpe que se lo atribuye todo, que no habla más que de él, que cree recompensar o castigar declarándose que está satisfecho o descontento. Ni muchos siglos pasados bajo la corona, ni una larga serie de tumbas en Saint-Denis excusarían tales arrogancias.
Quiso la suerte traer de los Estados Unidos y del Norte de Europa a dos generales franceses al mismo campo de batalla para hacer la guerra a un hombre contra quien se habían juntado primero y que los había separado. Soldado o rey, nadie pensaba entonces que fuera un crimen querer derribar al opresor de las libertades. Bernadotte triunfó, Moreau sucumbió. Los hombres que desaparecen jóvenes son vigorosos viajeros; hacen deprisa un camino que unos hombres más débiles acaban a paso lento.
François-René de Chateaubriand
Memorias de ultratumba
Epopeya extraordinaria de unos tiempos convulsos que François de Chateaubriand vivió como testigo y protagonista, las “Memorias de ultratumba” son un documento literario atemporal. Melancólico y desengañado, aristócrata que presenció la Revolución Francesa, que viajó a la joven República americana y conoció el esplendor y la falsía del Imperio napoleónico, así como la Restauración, Chateaubriand fue un hombre polifacético, hábil y vehemente, cuyas “Memorias” —«un templo de la muerte erigido a la luz de mis recuerdos»— nacieron como confrontación personal con la Historia, como revancha contra el tiempo. Un escritor maravilloso y de culto capaz de construir, como el profesor Fumaroli dice en el prólogo redactado para esta edición, «una reflexión profunda, de una actualidad sobrecogedora y de un alcance universal, sobre la era democrática inaugurada por la Revolución Americana y por la Revolución Francesa, sobre las grandes esperanzas que ella hizo nacer, sobre los peligros que llevaba en germen, y sobre las pruebas insólitas a las que exponía, en su expansión mundial, la libertad y la humanidad misma del hombre.»
23 marzo 2021
23 de marzo
Avanzando hasta la puerta de Atocha, sobre la eminencia de San Blas, están el Campo Santo o cementerio y El Observatorio Astronómico. La vista de Madrid es buena desde allí. El edificio de ladrillo y granito, con cúpula y pórticos, fue construido para Carlos III por Juan Villanueva. Al sur se encuentra un vestíbulo corintio. El observatorio fue diseñado a imitación de un templo jónico. Este edificio dedicado a la ciencia fue completamente destripado por los invasores, que pusieron en él cañones en lugar de telescopios. Según su Brillat Savarin, el mortal que descubre un nuevo plato hace más por la felicidad de la humanidad que el que descubre una nueva estrella, aforismo gastronómico que Murat, que había sido camarero en un restaurante, comprendía muy bien y de acuerdo con él actuaba. Fernando VII hizo restaurar los destrozos sólo en parte; y es que la astronomía, delicia de los árabes, nunca ha prosperado entre los españoles, cuyo afecto se concentra en las cosas inferiores, es decir, de la tierra y terrenales. Bajo la colina está el convento de Atocha, fundado en 1523 para los dominicanos por Hurtado de Mendoza, confesor de Carlos V. Fue enriquecido por una sucesión de piadosos príncipes. Los techos fueron pintados por Lucca Giordano y las capillas llenadas de vasijas de oro y plata. Todas éstas fueron robadas y todo lo demás profanado y pillado por los invasores; y Fernando VII, a su vuelta, empleó a un cierto Velázquez (ni santo ni artista) para que lo reconstruyera. La parte conventual ha sido convertida desde entonces en cuartel.
En la capilla está la famosa Virgen, el paladión de Madrid y protectora especial de la real familia, que siempre la veneró los domingos. De esta manera, Fernando VII, cuando conspiraba contra sus padres, se inclinó primero ante la imagen y mendigó su ayuda. Y también cuando fue secuestrado por Savary, antes de salir para Bayona, tomó la cinta de la Inmaculada Concepción que llevaba al pecho y la colgó en el de la imagen. Y después de su restauración, lo primero que hizo al llegar a Madrid fue arrodillarse ante ella y darle las gracias por haber intercedido dándole la libertad. De la misma manera, su antecesor, Alonso VI, en 1083, en la primera reconquista de Madrid, puso su bandera a sus pies. Fernando ha sido puesto en ridículo por los que no saben nada de España y los españoles, por haber, durante su cautiverio en Francia, bordado una saya para la imagen (lo cual él no hizo, aunque sí su tío Antonio). Y, sin embargo, la noticia les llegó al corazón a todos los mariólatras, que honraron a un rey que mostraba ser el reflejo mismo de ellos. Y así, ante esta tutelar local, su viuda, Cristina, se inclinó el 23 de marzo de 1844, antes de entrar en Madrid a su regreso a España; no hizo tal cosa, sin embargo, en Barcelona, donde rezó ante Santa Eulalia, patrona de esa ciudad.
Esta Virgen suplanta en cierto modo a San Roque, el Esculapio español. Es la Minerva médica, la Αθηνη ύγιεια, a quien recurre la facultad médica cuando el soberano está peligrosamente enfermo y los médicos se ven impotentes, cosa que suele ocurrir, particularmente, en Madrid. Así vemos que Bassompière, en su parte del 27 de marzo de 1621, describe la enfermedad de Felipe III: «Les médécins en désesperent, depuis ce matin que l’on ha commencé a user des remedes spirituels, et faire transporter au palais l’image de N. D. de Athoche». El paciente murió tres días después de ser llamada la imagen a palacio, ubi incipit theologus desinet medicus.
Richard Ford
Manual para viajeros por Castilla y lectores en casa. Madrid
Manual para viajeros por España y lectores en casa - 3
Existe una abundante bibliografía de libros de viajes por España. Pero ninguno ha alcanzado el prestigio y la justa fama que con los años ha ido ganando el que ofrecemos ahora, por primera vez en castellano, al público español. El «Manual para viajeros por Castilla y lectores en casa» constituye la segunda entrega de lo que será la edición completa del famoso manual de Ford («Manual para viajeros por España y lectores en casa»), publicado por primera vez en Londres en 1845.
Bajo el discreto título de «Manual» se esconde el más completo, más original, más profundo y mejor escrito entre los numerosos libros producidos por los viajeros románticos.
Richard Ford, hombre de cultura extraordinaria y estupendo escritor, además de dibujante, vino a vivir a Sevilla en 1831 para cuidar la salud de su mujer. Instalado en Sevilla y en la Alhambra, recorrió a caballo miles de kilómetros por zonas de España completamente apartadas de las rutas habituales de los viajeros románticos. Su presente obra es más que un libro de viajes y más que un fresco impresionante y vivísimo de la España romántica: por sus extraordinarias dotes de escritor ha pasado a ocupar un sitio en la historia de la literatura inglesa.
La presente edición se acompaña de numerosas reproducciones de dibujos del propio Richard Ford y de grabados de David Roberts.
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