Querido John:
Una de las razones por las que me mantengo vinculado al béisbol después de tantos años es precisamente eso que mencionas en tu carta: la frecuencia de perder, lo inevitable del fracaso. Una mirada a la clasificación del periódico de esta mañana muestra que el equipo mejor situado suma 58 victorias y 34 derrotas, lo que equivale a un índice de éxito del 63 por ciento, y significa que el equipo más pujante entre treinta se ha ido a casa frustrado el 37 por ciento de las veces.
Las temporadas de béisbol son muy largas —162 partidos— y cada equipo va pasando por toda clase de vicisitudes a lo largo de ese período de seis meses: depresiones y rachas de buena suerte, lesiones, penosas deficiencias que surgen en algún partido crucial, inesperadas victorias en el último segundo. A diferencia del boxeo —que siempre es vencer o morir—, el béisbol es vencer y morir, y aunque sea morir, al día siguiente hay que salir a rastras del ataúd y hacer otra vez todo lo que se pueda. Por esa razón se valora tanto en el béisbol la firmeza de carácter. Sobreponerse a la derrota, tomarse la victoria con calma, sin exaltación indebida. La sabiduría popular dice que el béisbol es reflejo de la vida: en el sentido de que te enseña a aceptar tanto lo bueno como lo malo. En su mayor parte, los demás deportes tienden a ser reflejo de la guerra.