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28 octubre 2024

28 de octubre

 La prensa anunciaba la desarticulación de un golpe de Estado preparado para la víspera de las elecciones del 28 de octubre. De momento se había detenido a tres jefes militares, dos coroneles y un teniente coronel, y se conocía el plan general del golpe. A juzgar por el plan, los dos coroneles y el teniente coronel debían ser los encargados de llevar los bocadillos a los golpistas, pero el gobierno se mantenía en la prudente reserva que le había caracterizado desde el día en que nació y que, sin duda, podía acompañarle hasta el día en que muriera víctima de un golpe de Estado. El milagro de haber sobrevivido a la explosión de la primera materia existente en el universo se relativizaba en el Chad por la carencia de agua y en España por la generación espontánea de salvadores de la patria. En caso de golpe de Estado, Carvalho consideraba que su negocio iría mejor. La democracia liberaliza a las gentes y cada vez eran menos los maridos que buscaban o seguían a sus mujeres y los padres que le ponían tras la pista de adolescentes fugitivos de las oligarquías familiares. Sin duda las dictaduras dan una mayor clientela a los confesionarios, a los detectives privados y a los abogados laboralistas. Las contraindicaciones estéticas y éticas no iban con él. Ni siquiera le alcanzarían las salpicaduras de sangre ni los gemidos provocados por la represión. Estaba al margen del juego, como un tendero, exactamente igual que un tendero. Anduvo hasta el portal de la casa donde tenía el despacho, levantó la cabeza para ver a través de las ventanas la luz encendida por Biscuter y dio media vuelta. Mañana sería otro día. Pero fue media vuelta tardía o insuficiente porque allí, cortándole el paso, estaba Marta Miguel, con una expresión de sorpresa desigualmente repartida por el rostro. La boca decía oh, pero los ojos estudiaban a Carvalho como si hiciera ya tiempo que le estuvieran observando.

—¡Caramba! ¡Ya es casualidad!
Carvalho asintió y quedó a la expectativa de lo que decidiera la mujer. Ni se justificó ni se despidió.
—¿Sigue husmeando lo de Celia?
—No.
—Bien. Así me gusta, hombre. Parece que ha entrado en razón. ¿Sabe que la policía ha vuelto a llamarme? Claro, no puede saberlo. Era para preguntarme sobre posibles amistades de Celia. Parece que sospechan de un medio ligue que tuvo hace unos meses. ¿Qué iba a decirles yo? Yo apenas la conocía.
Carvalho asumió con un gesto lo poco que conocía Marta a Celia.
—Pero ya se sabe cómo es esa gente. Tienen ideas fijas.
—Si tuvieran ideas sueltas se dedicarían a otra cosa.
—¿Ya se le ha quitado la perra?
—Soy un profesional. Y sólo acepto casos por encargo.
—Le invito a un café.
Era una propuesta pistoletazo para la que la mujer había reunido oscuras fuerzas internas.
—¿Un café a estas horas? Podemos tomar un gimlet o un mojito en el Boadas. Basta subir Rambla arriba. Como es un capricho mío, invito yo. —Ni hablar. Yo invito a lo que sea.

Manuel Vázquez Montalbán
Los pájaros de Bangkok
Saga Pepe Carvalho, 6

Tres historias, dos de ellas situadas en Barcelona y la tercera en Tailandia, llenan las páginas de la novela y las horas de un Carvalho que según palabras del autor «emprende un exótico viaje en un tiempo en que la aventura es casi imposible».
Tras resolver un desfalco en una pequeña empresa textil, Carvalho, sin ningún asunto a la vista, decide investigar por su cuenta la muerte de una bella mujer. El «asesinato de la botella de champán», como titulan los medios este misterio, le lleva a interrogar a los conocidos de la víctima, cuya imagen le obsesiona distrayéndole de una realidad que considera insuficiente y tediosa.
Intuyendo quién es el asesino pero sin conseguir que le contrate nadie del entorno de la víctima, decide dejar de lado este asunto cuando el hijo de una vieja amiga, Teresa Marsé, le comunica que ésta ha desaparecido durante un viaje a Tailandia.
Reacio a las peticiones de la familia finalmente decide aceptar su encargo y viaja a Tailandia. El detective desciende hasta los escenarios más sórdidos de Bangkok tras los pasos de Teresa y su amante Archit, perseguido como sospechoso del asesinato de un importante líder mafioso.
Sin embargo la resolución del caso llegará con su retorno a Barcelona.

28 octubre 2021

28 de octubre

La prensa anunciaba la desarticulación de un golpe de Estado preparado para la víspera de las elecciones del 28 de octubre. De momento se había detenido a tres jefes militares, dos coroneles y un teniente coronel, y se conocía el plan general del golpe. A juzgar por el plan, los dos coroneles y el teniente coronel debían ser los encargados de llevar los bocadillos a los golpistas, pero el gobierno se mantenía en la prudente reserva que le había caracterizado desde el día en que nació y que, sin duda, podía acompañarle hasta el día en que muriera víctima de un golpe de Estado. El milagro de haber sobrevivido a la explosión de la primera materia existente en el universo se relativizaba en el Chad por la carencia de agua y en España por la generación espontánea de salvadores de la patria. En caso de golpe de Estado, Carvalho consideraba que su negocio iría mejor. La democracia liberaliza a las gentes y cada vez eran menos los maridos que buscaban o seguían a sus mujeres y los padres que le ponían tras la pista de adolescentes fugitivos de las oligarquías familiares. Sin duda las dictaduras dan una mayor clientela a los confesionarios, a los detectives privados y a los abogados laboralistas. Las contraindicaciones estéticas y éticas no iban con él. Ni siquiera le alcanzarían las salpicaduras de sangre ni los gemidos provocados por la represión. Estaba al margen del juego, como un tendero, exactamente igual que un tendero. Anduvo hasta el portal de la casa donde tenía el despacho, levantó la cabeza para ver a través de las ventanas la luz encendida por Biscuter y dio media vuelta. Mañana sería otro día. Pero fue media vuelta tardía o insuficiente porque allí, cortándole el paso, estaba Marta Miguel, con una expresión de sorpresa desigualmente repartida por el rostro. La boca decía oh, pero los ojos estudiaban a Carvalho como si hiciera ya tiempo que le estuvieran observando.
—¡Caramba! ¡Ya es casualidad!
Carvalho asintió y quedó a la expectativa de lo que decidiera la mujer. Ni se justificó ni se despidió.
—¿Sigue husmeando lo de Celia?
—No.
—Bien. Así me gusta, hombre. Parece que ha entrado en razón. ¿Sabe que la policía ha vuelto a llamarme? Claro, no puede saberlo. Era para preguntarme sobre posibles amistades de Celia. Parece que sospechan de un medio ligue que tuvo hace unos meses. ¿Qué iba a decirles yo? Yo apenas la conocía.
Carvalho asumió con un gesto lo poco que conocía Marta a Celia.
—Pero ya se sabe cómo es esa gente. Tienen ideas fijas.
—Si tuvieran ideas sueltas se dedicarían a otra cosa.
—¿Ya se le ha quitado la perra?
—Soy un profesional. Y sólo acepto casos por encargo.
—Le invito a un café.
Era una propuesta pistoletazo para la que la mujer había reunido oscuras fuerzas internas.
—¿Un café a estas horas? Podemos tomar un gimlet o un mojito en el Boadas. Basta subir Rambla arriba. Como es un capricho mío, invito yo. —Ni hablar. Yo invito a lo que sea.

Manuel Vázquez Montalbán
Los pájaros de Bangkok
Saga Pepe Carvalho, 6

Tres historias, dos de ellas situadas en Barcelona y la tercera en Tailandia, llenan las páginas de la novela y las horas de un Carvalho que según palabras del autor «emprende un exótico viaje en un tiempo en que la aventura es casi imposible».
Tras resolver un desfalco en una pequeña empresa textil, Carvalho, sin ningún asunto a la vista, decide investigar por su cuenta la muerte de una bella mujer. El «asesinato de la botella de champán», como titulan los medios este misterio, le lleva a interrogar a los conocidos de la víctima, cuya imagen le obsesiona distrayéndole de una realidad que considera insuficiente y tediosa.
Intuyendo quién es el asesino pero sin conseguir que le contrate nadie del entorno de la víctima, decide dejar de lado este asunto cuando el hijo de una vieja amiga, Teresa Marsé, le comunica que ésta ha desaparecido durante un viaje a Tailandia.
Reacio a las peticiones de la familia finalmente decide aceptar su encargo y viaja a Tailandia. El detective desciende hasta los escenarios más sórdidos de Bangkok tras los pasos de Teresa y su amante Archit, perseguido como sospechoso del asesinato de un importante líder mafioso.
Sin embargo la resolución del caso llegará con su retorno a Barcelona.

26 enero 2021

26 de enero

Ya llega el buen tiempo. Se nota cuando empiezan a verse cometas sobre los terrados. Fíjate en aquella cometa. Seguro que la mueven desde un terrado de la calle San Clemente. Yo te digo que si tuviera una cometa me ponía a correr desde aquí y saltando de casa en casa no paraba hasta el borde de la plaza del Padró.

El otro corretea sobre los ladrillos requemados, marcados por los orines de los perros que han abandonado cagarros calcinados por los soles que el corredor danzarín utiliza como obstáculos para la tensión del esgrima de sus piernas, de acero, como cables de acero, se comenta mentalmente Andrés al verle saltar y brincar y hacer amagos de revolverse para golpearse la propia sombra.

—Vas a pillar una tisis como sigas entrenándote así y comiendo lo que nos dan de racionamiento, Young. Para ya, coño, Young.

Pero Young, Young Serra, campeón «Guante de oro» de los pesos gallo de Barcelona, revolotea en torno a Andrés e incluso finge golpearle, le acerca el puño a dos centímetros del mentón.

—Que un día me vas a dar.

A lo lejos el trapecio de la montaña de Montjuich, su castillo, demasiado distante para que las descargas de recientes fusilamientos llegaran a la ciudad, pero plataforma aún habitual para las salvas de cañón con las que el poder subraya las fiestas políticas de guardar: 26 de enero, Día de la Liberación de Barcelona; 1 de abril, Día de la Victoria; 18 de julio, Día del Alzamiento Nacional; 4 de octubre, San Francisco, onomástica de Su Excelencia el Jefe del Estado; 12 de octubre, Fiesta de la Raza…

—¿No te has quedado ningún periódico?

Young enseña las manos vacías mientras sigue saltando sobre una y otra pierna.

—Dame uno cuando vuelvan tus padres de repartir.

Inmediatamente en el escalón siguiente las tres chimeneas del Paralelo, la Fábrica del Gas, la Canadiense. Don Frutos, el viejo profesor de la calle de la Cera, les hablaba de las huelgas del 17 y de las cargas de la policía por el Paralelo y a ellos les parecía un fragmento fascinante de memoria, ajenos todavía al protagonismo de guerreros, de matarifes y muertos, de vencedores y vencidos que les esperaba.

—Young. Me estoy haciendo una radio de galena y cuando empiece a trabajar de chófer ahorraré para comprarme un aparato de radio de verdad. Tengo un amigo, ya lo conoces, Quintana, que escucha cada noche la Pirenaica y Radio París. Aquí no nos enteramos de nada.

Luego la inmediatez de los tejados y terrados sucesivos desde la falda de la montaña hasta allí mismo, a medio camino del mar, coronaciones del casco viejo de la ciudad, tapaderas de una vida entre la memoria y el deseo, pretextos para asomarse a los desfiladeros de las calles estrechas que partían de las antiguas murallas y se adentraban en el barrio chino en pos del corazón maligno de la ciudad portuaria.

—En el campo de concentración, conocí a alguien que había viajado, que había estado en París y me dijo: la entrada en Barcelona por la Diagonal es comparable a la entrada en París por los Campos Elíseos. Si no tuviera a mi madre viuda, te aseguro que no me iba a quedar yo en este puñetero país ni un minuto. Me iba a Francia o a Bélgica o a Brasil, el país del futuro. Me lo decía aquel barbero que también era amigo del Quintana, el que se quedó sin los tres dedos de la mano derecha por culpa de una infección. Tenía a la mujer medio a la greña porque era un poco golfo y hoy tenía ganas de cortar el pelo y mañana no y venga darle al carajillo porque le faltaba valor para todo. Se fue al Brasil y me envió una foto hace unos días debajo de una palmera, con un sombrero de paja, en una playa y a su lado la mujer, más contenta que unas pascuas y con un bikini, un traje de baño de mujer de dos piezas. Parecían otros. Sonreían y me decían: venga, Andrés, déjate de hostias y vente con nosotros. Llega allí alguien con ganas de trabajar y se forra en dos días, luego vienes de vacaciones o te instalas aquí, ya mayor y a vivir de renta.

—¿De qué trabaja en Brasil?

—De barbero. Pero allí tiene el trabajo que quiere y le pagan en cruceiros, que es una moneda seria, y cuando ahorre se montará una peluquería, la mitad para hombres y la mitad para mujeres. Su mujer también peina. Tenía buenas manos. Ya lo ves. Irse de esta mierda de país y empezar a prosperar. Basta verles en la fotografía para darse cuenta de que están de puta madre, son otra cosa, otras personas. Se han sacado de encima todo esto. O te vas o revientas. A veces me asomo a ese lado, al que apunta hacia la calle de la Cera y el cine Padró, y me imagino que estoy aquí arriba con una ametralladora y por esa calle pasan todos los fachas de España y ratatatatá, no dejó a uno y me sienta bien el desahogo. Si alguna vez me ves subido ahí y ametrallando con la boca, no me hagas caso. Me estoy desahogando.

—Ratata ta tata…

Le imitó el boxeador, revolviéndose contra un cerco de enemigos.

Manuel Vázquez Montalbán
El pianista

No era concertista, sino que tocaba en un club: sus ilusiones se habían desmoronado a la misma velocidad, con el mismo compás trágico que la historia de España. Un día, al local donde trabajaba llegó un viejo conocido. El pianista no le dijo nada: del mismo modo que él llevaba el estigma de la derrota en los pliegues de su existencia, el conocido ostentaba los signos del vencedor. 

De todos modos, el pianista no pudo evitar que la máquina del recuerdo se pusiera en marcha. Y de ese modo, durante un lapso mágico, él fue memoria y presente, exaltación y decadencia, vigor y sumisión: un fruto esquizofrénico de una historia particularmente difícil. 

El pianista, incluso más allá de la metáfora del esplendor y caída de un proyecto histórico, es una reivindicación de la ética como guía del comportamiento y una espléndida novela.