El ventero, que le vio ir y que no le pagaba, acudió a
cobrar de Sancho Panza, el cual dijo que, pues su señor no
había querido pagar, que tampoco él pagaría; porque, siendo
él escudero de caballero andante, como era, la mesma regla y
razón corría por él como por su amo en no pagar cosa alguna en
los mesones y ventas. Amohinóse mucho desto el ventero, y
amenazóle que si no le pagaba, que lo cobraría de modo que le
pesase. A lo cual Sancho respondió que, por la ley de
caballería que su amo había recebido, no pagaría un solo cornado,
aunque le costase la vida; porque no había de perder por él la
buena y antigua usanza de los caballeros andantes, ni se habían
de quejar dél los escuderos de los tales que estaban por venir
al mundo, reprochándole el quebrantamiento de tan justo fuero.
Quiso la mala suerte del desdichado Sancho que, entre la
gente que estaba en la venta, se hallasen cuatro perailes de
Segovia, tres agujeros del Potro de Córdoba y dos vecinos de la Heria
de Sevilla, gente alegre, bien intencionada, maleante y
juguetona, los cuales, casi como instigados y movidos de un mesmo
espíritu, se llegaron a Sancho, y, apeándole del asno, uno
dellos entró por la manta de la cama del huésped, y, echándole
en ella, alzaron los ojos y vieron que el techo era algo más
bajo de lo que habían menester para su obra, y determinaron
salirse al corral, que tenía por límite el cielo. Y allí,
puesto Sancho en mitad de la manta, comenzaron a levantarle en
alto y a holgarse con él como con perro por carnestolendas.
Cervantes. Don Quijore I - cap. 17