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07 enero 2022

7 de enero

 Los contratiempos continúan

Gringoire, aturdido por la caída, se había quedado en el suelo frente a la Virgen de la esquina. Poco a poco, fue recuperándose; primero estuvo unos minutos flotando en una especie de ensoñación semiinconsciente,en cierto modo placentera, en la que las etéreas caras de la gitana y de la cabra se asociaban a la pesadez del puño de Quasimodo. Este estado duró poco. Una impresión de frío bastante viva en la parte de su cuerpo que se encontraba en contacto con el suelo lo despertó súbitamente e hizo que su conciencia emergiera a la superficie.
—¿De dónde viene este frescor? —se preguntó de repente.
Entonces se percató de que se hallaba prácticamente en medio del arroyo.
—¡Demonio de cíclope jorobado! —masculló entre dientes, intentando levantarse.
Pero estaba demasiado aturdido y demasiado magullado; no tuvo más remedio que quedarse donde estaba. Con todo, tenía las manos libres; así que se tapó la nariz y se resignó.
«El fango de París es particularmente apestoso —pensó, pues estaba convencido de que decididamente el arroyo iba a ser su lecho, “y ¿qué hacer en un lecho sino cavilar?”—. Debe de contener mucha sal volátil y nitrosa. Eso es, al menos, lo que creen Nicolas Flamel y los herméticos…»
La palabra «herméticos» llevó en el acto a su mente la idea del arcediano Claude Frollo. Recordó la escena violenta que acababa de entrever, que la gitana forcejeaba entre dos hombres, que Quasimodo tenía un compañero, y el semblante lúgubre y altivo del arcediano pasó confusamente por su recuerdo.
«¡Qué raro!», pensó. Y se puso a construir, con ese dato y sobre esa base, el caprichoso edificio de las hipótesis, ese castillo de naipes de los filósofos. De pronto, volviendo una vez más a la realidad, exclamó:
—¡Caray! ¡Estoy helándome de frío!
Aquel sitio, en efecto, resultaba cada vez más insoportable. Cada molécula del agua del arroyo se llevaba una molécula del calórico que irradiaban los riñones de Gringoire, y el equilibrio entre la temperatura de su cuerpo y la temperatura del arroyo empezaba a establecerse de una forma penosa.
Un contratiempo de una naturaleza completamente distinta se presentó de repente.
Un grupo de niños, de esos pequeños salvajes descalzos que en todas las épocas han correteado por las calles de París con el eterno nombre de «pilluelos» y que, cuando nosotros éramos niños también, nos tiraban piedras al salir del colegio porque no llevábamos los pantalones rotos, un enjambre de esos jóvenes bribones se dirigía hacia el cruce de calles donde yacía Gringoire, profiriendo carcajadas y gritos que revelaban lo poco que les preocupaba el sueño de los vecinos. Arrastraban tras de sí una especie de saco informe, y solo el ruido de sus zuecos habría despertado a un muerto. Gringoire, que aún no lo estaba del todo, se incorporó a medias.
—¡Eh, Hennequin Dandèche! ¡Eh, Jehan Pincebourde! —gritaban a voz en cuello—. El viejo Eustache Moubon, el herrero de la esquina, acaba de morir. Tenemos su jergón y vamos a hacer una hoguera con él. ¡Hoy es el día de los flamencos!
Y, sin pensárselo dos veces, arrojaron el jergón justo encima de Gringoire, hasta el cual habían llegado sin verlo. Al mismo tiempo, uno de ellos cogió un puñado de paja y se acercó a la lamparilla de la Virgen para encenderlo.
—¡Cristo crucificado! —masculló Gringoire—. ¿Es que ahora voy a tener demasiado calor?
El momento era crítico. Iba a encontrarse atrapado entre el fuego y el agua; hizo un esfuerzo sobrenatural, un esfuerzo de falsificador de moneda al que van a achicharrar y que trata de escapar. Se levantó, apartó el jergón arrojándolo contra los pilluelos y puso pies en polvorosa.
—¡Virgen santa! —gritaron los chiquillos—. ¡El herrero vuelve!
Y echaron a correr en otra dirección.
El jergón se quedó solo en el campo de batalla. Belleforêt, el padre Le Juge y Corrozet aseguran que al día siguiente fue recogido con gran pompa por la clerecía del barrio y llevado al tesoro de la iglesia de Sainte-Opportune, donde el sacristán obtuvo hasta 1789 unas buenas ganancias con el gran milagro de la imagen de la Virgen de la esquina de la calle Mauconseil, que en la memorable noche del 6 al 7 de enero de 1482 había exorcizado con su sola presencia al difunto Eustache Moubon, el cual, para burlarse del diablo, en el momento de morir había escondido maliciosamente su alma en el jergón.

Victor Hugo
Nuestra señora de París

En el París del siglo xv, con sus sombrías callejuelas pobladas por desheredados de la fortuna y espíritus atormentados, la gitana esmeralda, que predice el porvenir y atrae fatalmente a los hombres, es acusada injustamente de la muerte de su amado y condenada al patíbulo. Agradecido por el apoyo que en otro tiempo recibió de ella, Quasimodo, campanero de nuestra señora, de fuerza hercúlea y cuya horrible fealdad esconde un corazón sensible, la salva y le da asilo en la catedral. Nuestra señora de París ha dado lugar a numerosos libretos de ópera y a varias versiones cinematográficas.

07 enero 2021

7 de enero

Hay quien ha dicho —Étienne Gilson, entre otros— que Dante imaginaba una metafísica total que incluyera la teología, desentrañando así los secretos del ser y del Universo. Que describiera, por ejemplo, los orígenes de nuestro Universo. Que desvelara, por ejemplo, por qué el cielo gira de este a oeste y revelara los orígenes de nuestro Universo. Esta filosofía y cosmología metafísica soberanas recompensarían los esfuerzos de la razón lo mismo que la teología premiaba los de la fe. Sin embargo, Dante sabía que esta summa summarum de lo inteligible está fuera del alcance de la mente humana: «Dio lo sa, che a me pare presuntuoso a giudicare» [«Dios sabe que juzgar me parece presuntuoso»]. Una cosa está clara: en la oeuvre de Dante, la teología preside, guía el discurso intelectual, a menudo abstracto, la dialéctica moral y las ciencias. La ardua peregrinación del espíritu tiene una motivación y una coronación teológicas. La filosofía de la historia de Dante, pródigamente informada, su doctrina política, su filología políglota, hasta su utilización de los análogos o el simbolismo matemático y musical, son ramificaciones de un meridiano teológico. El alcance es amplio y, más de una vez, idiosincrásico. Pero las limitaciones son las de una armazón y prescripción escolásticas, por definitivo que sea el entendimiento que hay más allá de éstas. 

Después de Dante, la epopeya heroica, la alegórica, la romántica tiene su historia múltiple. Está viva, junto con unas aspiraciones que se asemejan a las de la Comedia, en los Cantos de Pound. Pero el poema filosófico a gran escala, el uso del verso para manifestar y exponer una doxa metafísica se hace raro. Coleridge planeó precisamente un empeño de este tipo con ferviente resolución. Oyendo a Wordsworth recitar una parte de El preludio la noche del 7 de enero de 1807, saluda 

¡Un canto órfico en verdad, 
un canto divino de altos 
y apasionados pensamientos 
cantados con su propia música! 

Brillaba aquí la luz de unos «pensamientos demasiado profundos para las palabras». A Coleridge le parecía convincente que una vez concluidos, El recluso y La excursión de Wordsworth harían realidad esa función del canto y la filosofía, de lo rapsódico y lo cognitivo, que el mito había atribuido a la revelación órfica. Pero el concepto de filosofía implícito en los encomios de Coleridge es difuso y metafórico. Reside en la conciencia introspectiva más que en el pensamiento sistemático.

George Steiner 
La poesía del pensamiento 
Del helenismo a Celan

George Steiner nos ofrece en La poesía del pensamiento una esclarecedora visión de la inseparable relación que existe entre la filosofía occidental y el lenguaje y, con su deslumbrante y convincente criterio a la hora de argumentar, nos presenta su opus magnum: un examen de más de dos milenios de cultura occidental que reivindica la esencial unidad del gran pensamiento y el gran estilo. Panorámico pero preciso, moviéndose entre el detalle esencial y el ejemplo decisivo, George Steiner recorre toda la historia de la filosofía occidental, que se entrelaza con la literatura, para llegar a la conclusión de que, como afirmaba Sartre, en toda filosofía hay «una prosa literaria oculta». «Este genio poético del pensamiento abstracto», señala Steiner, «se ilumina, se hace audible. El argumento, aun analítico, tiene su redoble de tambor. Se hace oda. ¿Hay algo que exprese el movimiento final de la Fenomenología de Hegel mejor que el non de non de Edith Piaf, una doble negación que Hegel habría estimado? Este ensayo es un intento de escuchar más atentamente».


22 de noviembre

  Deirdre frunció el entrecejo. —No al «Traiga y Compre» de Nochebuena —dijo—. Fue al anterior… al de la Fiesta de la Cosecha. —La Fiesta de...