—Que no.
—Que sí madre, que sí.
Que yo los vi.
Cuatro elefantes
a la sombra de una palma.
Los elefantes, gigantes.
—¿Y la palma?
—Pequeñita.
—¿Y qué más?
¿Un quiosco de malaquita?
—Y una ermita.
—Una patraña,
Tu ermita y tus elefantes.
Ya sería una cabaña
con ovejas trashumantes.
—No, más bien una mezquita,
Tan chiquitita.
La palma
me llevó el alma.
—Fue solo un sueño, hijo mío.
—Que no, que estaban allí,
Yo los vi,
los elefantes.
Ya no están y estaban antes.
(Y se los llevó un judío,
perfil de maravedí).
—Que sí madre, que sí.
Que yo los vi.
Cuatro elefantes
a la sombra de una palma.
Los elefantes, gigantes.
—¿Y la palma?
—Pequeñita.
—¿Y qué más?
¿Un quiosco de malaquita?
—Y una ermita.
—Una patraña,
Tu ermita y tus elefantes.
Ya sería una cabaña
con ovejas trashumantes.
—No, más bien una mezquita,
Tan chiquitita.
La palma
me llevó el alma.
—Fue solo un sueño, hijo mío.
—Que no, que estaban allí,
Yo los vi,
los elefantes.
Ya no están y estaban antes.
(Y se los llevó un judío,
perfil de maravedí).
Gerardo Diego
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