02 noviembre 2025

Celebrando el "Día de los Santos" en un lugar de Castilla

 Sacó entonces del bolsillo un libro que había cogido en la sacristía y les había mostrado a los demás «la Tremenda» que tenían que aprenderse. Aunque solo una parte, que era la que debían cantar después de rezar el rosario en el cementerio, la tarde del «Día de Todos los Santos». De manera que el señor Félix les leyó el texto de «la Tremenda» que estaba en el libro, con alguna de las traducciones de palabras que el sacristán había oído a don Plácido el cura viejo, y las repitió una y otra vez, y luego hizo una copia para cada uno y repitió de nuevo lo que significaban en castellano.

Leía el señor Félix el sacristán: «Líberame Dómine de morte eterna, in die ila tremenda cuando celi movendi sun e terra». Y esto quería decir que el Señor nos libre de la muerte eterna, cuando se muevan los cielos y la tierra. Y dijo que debían contestar los demás: «Dies ila, dies ile, calamitátis e miserie, dies magna et amara valde. Dum véneris iudicare séculum per inem».

Y esto quería decir que era un día de calamidad y miseria y amargo mucho, cuando vengas a juzgar el mundo por el fuego. Y concluía el sacristán: «Requiem eternam donaeis, Dómine, e lux perpétua luceatéis».

—Y esto de la luz eterna que luce para siempre ya lo entiende todo el mundo ¿no? —preguntó el señor Félix.

Todos cogieron su papel y todos quedaron conformes, porque lo de la luz eterna siempre les consolaba mucho.

—¿Y ya os acordaréis qué tarde de sol hizo aquella tarde de todos los santos del año pasado? —dijo la maestra antigua que fue quien hizo las copias, y las había distribuido ahora.

Porque pudieron rezar un rosario por todos los difuntos y luego fueron a la sepultura de don Plácido para cantar «la Tremenda» aunque se sabían menos de ella entonces que este año cuando lo estudiase cada uno de ellos. Pero, de repente, mientras la estaban ensayando un poco y luego comenzaron la interpretación, se formó un nublado y empezó a caer nieve con copos tan grandes como si fueran pañizuelos de blonda y puntilla, que se iban extendiendo y cubriendo primero el suelo y luego unos encima de otros, y la nieve iba subiendo y subiendo que a todos les embobaba, pero también se preguntaban cómo volverían a casa porque les parecía verdaderamente que estaba ocurriendo lo que se decía en «la Tremenda» como si hubiera llegado la ira de Dios verdaderamente, pero esta fuera ablandándola esta vez, poquitos a poquitos con aquellas gasas blancas, porque, si no fuera por esto, la ira de Dios de verdad de verdad no la aguantarían ellos, ni nadie.

—Que sea lo que Dios quiera, pero nosotros continuamos —dijo el señor Félix, el sacristán.

Y entonces fue cuando se oyeron explosiones de una motocicleta en medio de aquella oscuridad, y parecía que verdaderamente temblaban los cielos y la tierra y enseguida adivinaron que era el Semanero, que paró luego la moto a la puerta del cementerio y se fue acercando al grupo que cantaba en torno o tono, vestido de monaguillo y del sacristán que llevaba la guía en el canto de «la Tremenda». Y entonces la señora Micaela se separó un poco del grupo, se acerco a él y le dijo que, en buena hora era si había venido a aprender latín, para rezar como debía ser, y así ya podía ponerse a rezar como los demás, si quería, pero que no le necesitaban para nada, porque ya se sabían de siempre el padrenuestro y ahora se habían aprendido «la Tremenda» en latín y se la iban a aprender mejor, y hasta tocaban una campana pequeña que siempre les había dado alegría y hacía treinta años que no se tocaba.

Y no le dijo más al Semanero, ni nadie le dijo nada, porque al fin y al cabo estaba allí como era su deber. Y él mismo fue el que dijo que siguiésemos cantando «la Tremenda» como la hubiéramos aprendido, llena de faltas latinas y todo.


 de LOS LATINES en 

LA QUERENCIA DE LOS BÚHOS
CUENTOS
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO

Vislumbre

Vislumbre

01 noviembre 2025

Qué bien me parecéis, jarcias y entenas,

AGRADECE, EN ALEGORÍA CONTINUADA, A SUS TRABAJOS SU DESENGAÑO Y SU ESCARMIENTO.

SONETO

¡Qué bien me parecéis, jarcias y entenas,
vistiendo de naufragios los altares,
que son peso glorioso a los pilares
que esperé ver tras mi destierro apenas!

Símbolo sois de ya rotas cadenas
que impidieron mi vuelta, en largos mares;
mas bien podéis, santísimos lugares,
agradecer mis votos en mis penas.

No tanto me alegrárades con hojas
en los robres antiguos, remos graves,
como colgados en el templo y rotos.

Premiad con mi escarmiento mis congojas;
usurpe al mar mi nave muchas naves;
débanme el desengaño los pilotos.

[Parnaso, 83. b]

Francisco de Quevedo y Villegas
Poemas metafísicos

Piscina natural, caudal escaso

Piscina natural, caudal escaso

31 octubre 2025

PENEDO DE RÚA

 PENEDO DE RÚA

TUVE que hacer una recomendación a favor de un nieto de Penedo de Rúa. Y con el nieto recordé que Penedo hablara una vez con un cuervo.

—¡No te fíes de tu abogado! —le dijo desde un mojón un cuervo a Penedo, que estaba sembrando.

Y precisamente Penedo desconfiaba algo de su abogado, que le parecía que el tal tenía muchos miramientos con la parte contraria. Penedo se rascó la cabeza.

—¿Y del juez? —le preguntó al cuervo.

El cuervo batió alas, pero no se movió del mojón. Con su voz agria comentó:

—¡Hay jamones que vuelven un pleito!

Penedo, al día siguiente, aparejó la yegua y viajó a Lugo. Dejó la bestia en la cuadra de una posada, sin pararse a matar el gusanillo fue a ver a Pepe Benito, a don José Benito Pardo. El gran jefe de los lugueses lo miró con aquellos sus ojos vivos y burlones, y sonrió:

—¡Es un cuervo bien listo ese cuervo de Rúa!

—Sí, señor, que adivinó que yo andaba en pleitos. Pepe Benito se hizo cargo del pleito de Penedo, lo llevó con la ciencia precisa, y lo ganó.

—Ahora —le dijo a Penedo cuando le fue a pagar y dar las gracias— debías buscar al cuervo, y darle por lo menos una medida de trigo.

Penedo anduvo por todos los sembrados gritándole a todo cuervo que encontraba que había ganado el pleito, por ver si daba con el consejero de la negra pluma. En la aldea, en Rúa, creyeron que Penedo, con el entusiasmo del triunfo judicial, se volviera loco. Pero Penedo era hombre agradecido, y quería darle al cuervo el medio ferrado de trigo, según le recomendara don José Benito Pardo. Por fin, un día, en una tierra holgando, en uno de aquellos oteros de las riberas del Lea, cereales en lo alto y pratenses abajo, paraíso de la abubilla que grita ¡Up, up!, feliz en los mayos, comiendo los primeros grillos que salen a cantar en los alegres mediodías, un cuervo respondió a su grito.

—¡Gané el pleito! —gritó Penedo.

—¡Enhorabuena! —respondió el cuervo.

Penedo le dijo que si estaba allí al día siguiente que le llevaría trigo. El cuervo aseguró que sería bien recibido. Cuando veinticuatro horas después le fue a llevar el grano prometido, el cuervo le dijo a Penedo que le apetecía algo de bizcocho, si le quedaba del almuerzo del patrón.

—¡Y ya podías comprarme una montera para el invierno!

Penedo era muy agradecido. Penedo bajó a Mondoñedo y fue a ver al señor Domingo, el sombrerero de los soportales de la plaza. Este le hizo una montera para el cuervo, tomando las medidas a una paloma. Una montera forrada y con cinta de lentejuela.

—¡Va a lucir mucho! —dijo el sombrerero.

—¡Es un cuervo muy humano! —comentó Penedo.

Penedo le llevó la montera al cuervo, y este, en agradecimiento, así que la tuvo en su poder, y le sentaba muy bien, le dijo:

—Tienes que ir a buscar un tesoro que hay en Braña.

Y Penedo fue a Braña, y entre dos robles, encontró una pieza de metal, que nadie en la aldea sabía de qué máquina fuese, ni para qué servía. Hará de esto unos ochenta años. Penedo llevó la cosa a la feria de Villalba, para enseñársela a un amigo que tenía, relojero.

—¡Un pedal de bicicleta, hombre!

No había todavía ninguna bicicleta en el país. El pedal estaba nuevo, brillante. El relojero tuvo que explicarle a Penedo lo que era una bicicleta.

—Pero ¿es un tesoro o no? —preguntaba Penedo.

—¡Hombre, un tesoro, un tesoro, quizás no lo sea, pero ser, ser, es un misterio!

Penedo lo envolvió en un pañuelo y fue a enterrarlo, en Braña, en el lugar donde lo había encontrado. Murió poco después, sin haberse enterado del todo de cómo era una bicicleta, y cómo podía tenerse un hombre en aquel artilugio de dos ruedas, y correr. Enterraron a Penedo, como a todos los Penedos, en aquel pequeño camposanto de Rúa, que casi lo cubre por completo el tejo que ha crecido junto a la puerta.


LA OTRA GENTE
Álvaro Cunqueiro