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Brenda me pidió que le sujetase las gafas
La primera vez que la vi, Brenda me pidió que le sujetase las gafas; luego dio unos pasos, hasta situarse en el borde del trampolín, y miró la piscina con ojos de no ver nada; podrían haber quitado el agua, que Brenda, de puro miope, no se habría enterado. Se lanzó con mucho estilo y un momento después ya estaba nadando hacia el lateral de la piscina, con la cabeza de pelo muy corto, color caoba, erguida y estirada hacia adelante, como una rosa en lo alto de un tallo muy largo. Se subió al borde, deslizando el cuerpo, y en seguida la tuve al lado. «Gracias», me dijo, con los ojos acuosos, aunque no por el agua. Alargó una mano y recogió las gafas, pero no se las puso hasta dar media vuelta y echar a andar. Me quedé mirándola mientras se alejaba. De pronto, hicieron aparición sus manos, detrás de ella. Se agarró el fondillo del bañador con el pulgar y el índice y colocó en el lugar que le correspondía la carne que quedaba expuesta. Me dio un brinco la sangre.
Aquella noche, antes de cenar, la llamé.
—¿A quién llamas? —me preguntó la tía Gladys.
—A una chica que he conocido hoy.
—¿Te la presentó Doris?
—Doris no me presentaría ni al que limpia la piscina, tía Gladys.
—No estés criticándola todo el tiempo. Una prima es una prima. ¿Cómo la conociste, a la chica esa?
—No la he conocido, en realidad. La he visto.
—¿Quién es?
—Se apellida Patimkin.
—No me suena, Patimkin —dijo la tía Gladys, como si conociera a todos y cada uno de los miembros del Club de Campo Green Lane. ¿Vas a llamarla sin conocerla?
—Sí —le expliqué. Yo mismo me presentaré.
—Estás hecho un Casanova —dijo ella, y siguió preparándole la cena a mi tío.
Nunca cenábamos juntos: la tía Gladys lo hacía a las cinco en punto, mi prima Susan a las cinco y media, yo a las seis, y mi tío a las seis y media. No hay nada que lo explique, salvo el detalle de que mi tía está loca.
—¿Dónde está la guía de teléfonos del extrarradio? —le pregunté, tras haber sacado una por una todas las guías de debajo de la mesita del teléfono.
—¿Qué?
—La guía de teléfonos del extrarradio. Quiero llamar a Short Hills.
—¿La guía esa tan finita? No tengo por qué abarrotar la casa con cosas así. No la uso nunca.
—¿Dónde está?
—Debajo del aparador con la pata rota.
—Por Dios —dije yo.
—Mejor llama a información. La vas a sacar de un tirón y me vas a dejar revueltos los cajones del aparador. Y no me des la lata ahora, que va a llegar tu tío en cualquier momento y todavía no te he puesto la comida a ti.
—Tía Gladys, ¿por qué no cenamos todos juntos esta noche? Hace calor, te costará menos trabajo.
—Claro, y servir cuatro platos distintos al mismo tiempo. Tú comes la carne en estofado, Susan con requesón, Max en filete. El viernes es su noche de filete, no voy a negársela. Y yo comeré un poco de pollo frío. ¿Quieres que me pase el rato levantándome y sentándome? ¿Qué te crees que es esto, un asilo?
—¿Por qué no comemos todos filete, o pollo frío…?
—Me vas a enseñar tú a llevar una casa, a estas alturas. Anda y llama a tu amiguita.
Goodbye, Columbus
Philip Roth, 1959
Traducción: Ramón Buenaventura
Goodbye, Columbus es el primer libro publicado por el autor estadounidense Philip Roth. La novela corta de la que toma el título el libro narra el idilio veraniego de dos jóvenes universitarios. Neil Klugman procede de la parte pobre de Newark, y Brenda Patimkin, de la zona residencial. Tal vez por eso, en su apasionada aventura intervienen decisivamente la noción de clase y la desconfianza. El libro fue un éxito de crítica para Roth, aunque su controvertida temática le hizo ser calificado por algunos como un judío antisemita.