24 febrero 2021
23 febrero 2021
23 de febrero
Es cierto, como dice el fotógrafo Castro Prieto, que una fotografía buena no le hace a nadie fotógrafo, y menos un buen fotógrafo. Una de las mejores fotografías de la historia del reporterismo gráfico le estaba reservada a Manuel Barriopedro, un reportero modesto que no había hecho ninguna gran foto hasta entonces ni la haría después. El estar ese 23 de febrero de 1981 en el Congreso de los Diputados tampoco le garantizaba a nadie hacer una gran foto. Había más fotógrafos allí esa tarde. Al lado de esa las demás resultan anodinas, y se apocan. Sólo esa, con el coronel Tejero tocado con tricornio, el brazo de los pronunciamientos militares en alto y una pistola en la otra mano, es única. De modo que una sola foto no hace de nadie un gran fotógrafo, pero basta una sola foto para formar parte de la historia de la fotografía. Le sucedió a Korda, cuya imagen del Che Guevara sigue en la camiseta de los izquierdistas pijos de medio mundo y en las de los guerrilleros y terroristas del otro medio.
En el Rastro aparecen muchas obras maestras anónimas de la fotografía, constantemente.
Andrés Trapiello
El Rastro
HISTORIA, TEORÍA Y PRÁCTICA
Andrés Trapiello nos invita a un viaje único y hace su personal homenaje del Rastro, uno de los mercados ambulantes más emblemáticos del mundo. Podremos conocer a su gente y entender sus vidas a través de sus recuerdos y sus objetos. Una historia única de la ciudad de Madrid, su tradición y su cultura.
Un libro excepcional, profusamente ilustrado con fotografías que repasan más de cuarenta años de historia. El libro está dividido en una primera parte donde se abordan cuestiones teóricas; una segunda y tercera más personales que podrían añadirse a una "Guía sentimental del Rastro"; y una cuarta parte repleta de fotografías y muchos fragmentos inéditos o escritos ex profeso para el libro, que el autor ha recopilado de sus diarios -reunidos en los volúmenes que conforman el Salón de pasos perdidos-, y también sacados de entre todos los artículos y prólogos que ha escrito. El resultado, como se ve, es de lo más Rastro. Hay donde elegir.
22 febrero 2021
22 de febrero
Esas experiencias, Los miserables, el amor puro a Madeleine, las discusiones con sus amigos pintores en los que el tema religioso aparecía con frecuencia —igual que Émile Bernard, el holandés Jacob Meyer de Haan, judío convertido al catolicismo, vivía obsesionado con la mística—, fueron decisivas para que pintaras La visión después del sermón. Al terminarlo, estuviste varias noches desvelado, escribiendo, a la luz del minúsculo quinqué del dormitorio, cartas a los amigos. Les decías que por fin habías alcanzado aquella simplicidad rústica y supersticiosa de las gentes comunes, que no distinguían bien, en sus vidas sencillas y en sus creencias antiguas, la realidad del sueño, la verdad de la fantasía, la observación de la visión. A Schuff, al Holandés Loco, les aseguraste que La visión después del sermón dinamitaba el realismo, inaugurando una época en la que el arte, en vez de imitar al mundo natural, se abstraería de la vida inmediata mediante el sueño y, de este modo, seguiría el ejemplo del Divino Maestro, haciendo lo que él hizo: crear. Ésa era la obligación del artista: crear, no imitar. En adelante, los artistas, liberados de ataduras serviles, podrían osarlo todo en su empeño de crear mundos distintos al real.
¿A qué manos habría ido a parar La visión después del sermón? En la subasta en el Hotel Drouot el domingo 22 de febrero de 1891 para reunir fondos que te permitieran tu primera venida a Tahití, La visión después del sermón fue el cuadro por el que se pagó más, cerca de novecientos francos. ¿En qué comedor burgués parisino languidecería ahora? Tú querías para La visión después del sermón un entorno religioso, y ofreciste regalárselo a la iglesia de Pont-Aven. El párroco lo rechazó, alegando que esos colores —¿dónde había en Bretaña una tierra color sangre?— conspiraban contra el recato debido a los lugares de culto. Y también lo rechazó, aún más enojado, el párroco de Nizon, alegando que un cuadro así causaría incredulidad y escándalo en los feligreses.
Cuánto habían cambiado para ti las cosas, Paul, en estos doce años, desde que escribías al buen Schuff: «Resueltos los problemas del coito y la higiene, y pudiendo concentrarme en el trabajo con total independencia, mi vida está resuelta». Nunca estuvo resuelta, Paul. Tampoco ahora, aunque, debido a tus artículos, dibujos y caricaturas en Les Guêpes, se hubiera acabado la angustia de no saber si al día siguiente podrías comer. Ahora, gracias a François Cardella y a sus compinches del Partido Católico podías comer y beber con una regularidad que no habías conocido en todos los años de Tahití. Con mucha frecuencia, el poderoso Cardella te invitaba a su imponente mansión de dos pisos, con terrazas de barandas labradas y un anchísimo jardín protegido por una verja de madera, de la rue Bréa y a las tertulias políticas en su farmacia de la rue de Rivoli. ¿Estabas contento? No. Estabas amargo y harto. ¿Porque hacía más de un año que no pintabas ni una simple acuarela ni tallabas un minúsculo tupapau? Tal vez sí, tal vez no. ¿Qué sentido tenía seguir pintando? Ahora sabías que todas las obras dignas de durar formaban parte de tu historia pasada. ¿Coger los pinceles para producir testimonios de tu decadencia y tu ruina? Mierda, no.
Mario Vargas Llosa
El Paraíso en la otra esquina
Flora Tristán y Paul Gauguin arrojaron su inconformismo a la faz de un siglo que les contestó con su desprecio. Pero, qué sería de nosotros si ya no supiéramos soñar lo que no existe. Qué sería del mundo sin el impulso de todos los anhelos incumplidos, sin el esfuerzo baldío de los que se sintieron generosos, sin el contagio tardío de las promesas del iluminado. En qué clase de infierno viviríamos si ya no hubiera nadie capaz de entrever los paraísos que juegan al escondite por las esquinas del universo.
21 febrero 2021
21 de febrero
Nos hicimos novios cuando llegó el segundo trimestre. En secreto, por supuesto. Aquella misma tarde, recuerdo que fue el 21 de febrero, nos encontrábamos paseando por la Bomba, cerca de su casa, y como ya era casi de noche y estábamos solos, le eché el brazo por encima del hombro y le metí la mano en el escote. La verdad es que no sé cómo me atreví. Se me fueron les dedos, señoría. Sepa que me da vergüenza confesar estos hechos, pero quiero atenerme a la verdad de todo lo que pasó. Digo que le metí la mano en el escote y, al poco rato, Merceditas se puso a respirar con dificultad y empezó a darle como un ataque de estremezones. Yo me asusté, señoría, porque pensé que era por mi culpa. Y lo era en realidad. pero es que yo hasta aquel momento nunca había tocado senos de mujer.
MANUEL TALENS,
Venganzas
Venganzas es un libro de relatos en los que el denominador común, como su título indica, es la venganza que, de un modo más o menos explícito, aparece en todas sus tramas. Otro elemento común en casi todos sus relatos es la presencia de personajes de la España franquista, ya sea durante el periodo de la Guerra Civil o en el de la posguerra. Estos dos factores son los que vertebran y proporcionan homogeneidad y solidez a este conjunto de relatos, magníficamente escritos, por el escritor Manuel Talens.
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