24 de noviembre. Ella percibe lo que estoy soportando. Hoy su mirada me ha atravesado hasta lo más profundo del corazón. La encontré sola; no dijo nada y me observó. Y yo ya no vi en ella la encantadora hermosura, el brillo de su extraordinario espíritu; todo eso había desaparecido de delante de mis ojos. Una mirada mucho más excelsa, expresión de la más profunda simpatía, de la más dulce compasión, recayó sobre mí. ¿Por qué no pude arrojarme a sus pies? ¿Por qué no pude responderle llenando su cuello de miles de besos? Buscó cobijo en el piano y exhaló con una voz dulce y queda armoniosos sonidos que acompañaban a la pieza que tocaba. Sus labios nunca me habían parecido más cautivadores; era como si se abrieran sedientos, absorbieran aquellas suaves notas que brotaban del instrumento y retornara un eco íntimo de su pura boca. ¡Así fue, si es que esto puede transmitir lo que sentí! No pude resistirlo más, me incliné y juré que nunca me atrevería a posar un beso en aquellos labios sobre los que flotaban los espíritus del cielo. Y sin embargo…, sí quiero… ¡Ja! ¿Ves? Esto es lo que tengo en mi alma como un muro… Esta ventura… Y después hundirme para expiar este pecado… ¿Pecado?
Johann Wolfgang von Goethe
Los padecimientos del joven Werther