AQUÍ, al principio, Franz
Biberkopf sale de la cárcel de Tegel adonde lo ha llevado su insensata vida
anterior. Le cuesta echar raíces de nuevo en Berlín, pero finalmente lo
consigue y se alegra de ello, y jura llevar una vida honrada.
A la ciudad con el 41
Estaba ante la puerta de la
cárcel de Tegel y era libre. Ayer aún, en los campos de atrás, había
rastrillado patatas con los otros, en uniforme de presidiario, pero ahora
llevaba un abrigo de verano amarillo; ellos rastrillaban atrás, él estaba
libre. Dejaba pasar un tranvía tras otro, apretaba la espalda contra el muro
rojo y no se iba. El vigilante de la puerta pasó varias veces por delante, le
indicó su tranvía, pero él no se fue. Había llegado el momento terrible
(¿terrible, Franze, por qué terrible?), los cuatro años habían terminado. Las
negras puertas de hierro, que desde hacía un año contemplaba con creciente
aversión (aversión, por qué aversión) se habían cerrado a sus espaldas. Lo
ponían otra vez en la calle. Dentro quedaban los otros, carpinteando,
barnizando, seleccionando, encolando, les quedaban aún dos años, cinco. Él
estaba en la parada del tranvía.
Empieza el castigo.
Se sacudió, tragó saliva. Se
pisó un pie. Luego tomó carrerilla y subió al tranvía. En medio de la gente. En
marcha. Al principio era como cuando uno está en el dentista, que coge la raíz
con las tenazas y tira; el dolor aumenta, la cabeza está a punto de estallar. Volvió
la cabeza atrás, hacia la pared roja, pero el tranvía volaba con él sobre los
raíles y sólo su cabeza quedó mirando hacia la prisión. El tranvía tomó una
curva, se interpusieron árboles, casas. Aparecieron calles animadas, la
Seestrasse, subió y bajó gente. Dentro de él, algo gritaba horrorizado:
cuidado, cuidado, ya empieza. La punta de la nariz se le helaba, algo temblaba
en sus mejillas. «Zwölf Uhr Mittagszeitung», «B. Z»., «Die neuste Illustrirte»,
«Die Funkstunde neu». «Billetes, por favor». Los polis llevan ahora uniformes
azules. Se bajó otra vez del tranvía sin ser notado, estaba entre personas.
¿Qué pasaba? Nada. Un poco de compostura, cerdo famélico, haz un esfuerzo o te
parto la cara. Gentío, qué gentío. Cómo se agita. Mi sesera necesita engrase,
seguro que está seca. ¿Qué era todo aquello? Tiendas de zapatos, tiendas de
sombreros, lámparas eléctricas, tascas. La gente tiene que tener zapatos para
poder correr tanto, también nosotros teníamos una zapatería, no hay que
olvidarse. Cientos de cristales relucientes, déjalos que brillen, no te irán a
dar miedo, te los puedes cargar, qué pasa con ellos, los acaban de limpiar.
Estaban levantando el pavimento en la Rosenthaler Platz, caminó con los demás
por los tablones. Uno se mezcla con los otros, todo se arregla, no notas nada,
muchacho. En los escaparates había figuras con trajes, abrigos, con faldas, con
medias y zapatos. Fuera todo se movía, pero… detrás… finada! ¡Nada… vivía!
Aquello tenía rostros alegres, se reía, aguardaba en el islote del tráfico
frente a Aschinger en grupos de dos o tres, fumaba cigarrillos, hojeaba
periódicos. Estaba allí como las farolas… y… se quedaba cada vez más rígido.
Formaba una unidad con las casas, todo blanco, todo de madera.
BERLIN ALEXANDERPLATZ
Alfred Döblin
Berlín Alexanderplatz aparece
en 1929. Su éxito es extraordinario y, en pocos años, alcanza cuarenta y cinco
ediciones y se traduce a varios idiomas. La novela se consideró una exaltación
de Berlín, ciudad que el autor, por su profesión de médico, conocía muy bien.
Los ojos de Döblin (y sus cuadernos) registran todos los detalles de la geografía
berlinesa, pero como narrador omnisciente, Döblin interviene en la acción y
comenta lo que ocurre. Fondo y forma se funde en un libro desconcertante y
abierto a la interpretación.
Berlín Alexanderplatz se
considera una «novela moderna» por muchos aspectos: no solamente por la ruptura
con el carácter tradicional de héroe y con la estructura cronológica de relato,
sino también por el uso de nuevas maneras de narrar (monólogos interiores,
combinación de distintos niveles de lenguaje y puntos de vista…) y por el
constante uso del collage intertextual (mezclando textos de canciones,
titulares de los periódicos, transcripciones de sonidos, etc.).
La historia se sitúa en el
barrio de clase obrera, Alexanderplatz, en el Berlín de los años 20, y empieza
con la salida de la cárcel de Franz Biberkopf. Döblin describe su lucha y su
desdicha al intentar buscar por los submundos de Berlín un futuro y su
intención de convertirse en «un hombre nuevo».