25 abril 2022
24 abril 2022
Sobre el comienzo de unos libros... Hoy: de Ernesto Sabato, Abbadón el exterminador
EN LA TARDE DEL 5 DE ENERO, de
pie en el umbral del café de Guido y Junín, Bruno vio venir a Sabato, y cuando
ya se disponía a hablarle sintió que un hecho inexplicable se produciría: a
pesar de mantener la mirada en su dirección, Sabato siguió de largo, como si no
lo hubiese visto. Era la primera vez que ocurría algo así y, considerando el
tipo de relación que los unía, debía excluir la idea de un acto deliberado,
consecuencia de algún grave malentendido.
Lo siguió con ojos atentos y vio cómo cruzaba la peligrosa esquina sin cuidarse para nada de los automóviles, sin esas miradas a los costados y esas vacilaciones que caracterizan a una persona despierta y consciente de los peligros.
La timidez de Bruno era tan acentuada que en rarísimas ocasiones se atrevía a telefonear. Pero, después de un largo tiempo sin encontrarlo en La Biela ni en el Roussillon, y cuando supo por los mozos que en todo ese período no había reaparecido, se decidió a llamar a su casa. «No se siente bien», le respondieron con vaguedad. «No, no saldría por un tiempo.» Bruno sabía que, en ocasiones durante meses, caía en lo que él llamaba «un pozo», pero nunca como hasta ese momento sintió que la expresión encerraba una temible verdad. Empezó a recordar algunos relatos que le había hecho sobre maleficios, sobre un tal Schneider, sobre desdoblamientos. Un gran desasosiego comenzó a apoderarse de su espíritu, como si en medio de un territorio desconocido cayera la noche y fuese necesario orientarse con la ayuda de pequeñas luces en lejanas chozas de gentes ignoradas, y por el resplandor de un incendio en remotos e inaccesibles lugares.
Lo siguió con ojos atentos y vio cómo cruzaba la peligrosa esquina sin cuidarse para nada de los automóviles, sin esas miradas a los costados y esas vacilaciones que caracterizan a una persona despierta y consciente de los peligros.
La timidez de Bruno era tan acentuada que en rarísimas ocasiones se atrevía a telefonear. Pero, después de un largo tiempo sin encontrarlo en La Biela ni en el Roussillon, y cuando supo por los mozos que en todo ese período no había reaparecido, se decidió a llamar a su casa. «No se siente bien», le respondieron con vaguedad. «No, no saldría por un tiempo.» Bruno sabía que, en ocasiones durante meses, caía en lo que él llamaba «un pozo», pero nunca como hasta ese momento sintió que la expresión encerraba una temible verdad. Empezó a recordar algunos relatos que le había hecho sobre maleficios, sobre un tal Schneider, sobre desdoblamientos. Un gran desasosiego comenzó a apoderarse de su espíritu, como si en medio de un territorio desconocido cayera la noche y fuese necesario orientarse con la ayuda de pequeñas luces en lejanas chozas de gentes ignoradas, y por el resplandor de un incendio en remotos e inaccesibles lugares.
Ernesto Sabato
Abbadón el exterminador
En Abbadón el exterminador culmina y se abre aún a más vastas y terroríficas profundidades de abismo interior la trilogía iniciada en El túnel y proseguida en Sobre héroes y tumbas.
Desarrollando en su más abarcador registro la metáfora del «Informe sobre ciegos», la obra hace ingresar a su autor en el ámbito mismo de la escritura, lo incorpora a su corporeización fantasmal como personaje en una complejísima construcción técnica cuyo juego de perspectivas remite a la vez a la realidad extratextual de un tiempo de apocalipsis y a las simas anímicas donde bucea el poder visionario del acto creador.
Así, en la cúspide de su grandeza, esta vasta obra totalizadora culmina y comprende todo el arte sabatiano y la hondura de su indagación existencial.
23 abril 2022
Sobre el comienzo de unos libros... Hoy: P. G. Wodehouse, ¡Gracias, Jeeves!
Me sentía un poco conturbado. No profundamente, pero sí un poco. Sentado en mi gabinete, acariciaba con indolencia las cuerdas de mi banjo —un instrumento al que había tomado últimamente gran afición— y, si bien no cabía decir que mi entrecejo se frunciese con gravedad, tampoco podía afirmarse lo contrario de un modo absoluto. Acaso la expresión «estaba pensativo» defina bien mi estado de ánimo en aquellos momentos. Me parecía notorio que se perfilaba ante mí una situación fecunda en embarazosas posibilidades.
—¿Sabe usted lo que pasa, Jeeves? —dije.
—No, señor.
—¿No sabe a quiénes vi anoche?
—No, señor.
—A J. Washburn Stoker y a su hija Paulina.
—¿Sí, señor?
—Puesto que los he visto, deben de estar en Londres.
—Así parece, señor.
—Es enojoso, ¿eh?
—Opino que, después de lo sucedido en Nueva York, quizá fuese desagradable para usted hablar a la señorita Stoker, señor. Pero creo que no es inevitable que se presente el caso.
Ponderé sus palabras.
—Cuando uno empieza a pensar en las cosas molestas que pueden ocurrir, el cerebro vacila y se pierde en una niebla, Jeeves. ¿Se da cuenta de que me es preciso no aparecer en el camino de esa muchacha?
—Sí, señor.
—¿Y evitar su presencia?
—Sí, señor.
Arranqué al banjo cinco notas de El viejo del río con cierto abandono. Las expresiones de Jeeves me habían serenado un tanto. Su razonamiento me parecía comprensible. Al fin y al cabo, Londres es una ciudad grande y, si uno no quiere, no tiene por qué encontrarse con la gente.
P. G. Wodehouse
¡Gracias, Jeeves!
Bertie Wooster es invitado a abandonar su domicilio por el administrador de su piso, ya que ninguno de sus vecinos puede aguantar ni un minuto más su horrible manera de tocar el banjo. Tampoco su fiel criado Jeeves que decide dejar de prestarle sus servicios, ya que su señor no parece dispuesto a abandonar tan torturante afición. Su amigo Chuffy / Lord Chuffnell le ofrece una residencia de su propiedad que acepta encantado.
De visita, en el domicilio de su amigo, se reencontrara con su exmayordomo, que ha sido contratado por éste, aprovechando la ocasión, y coincidirá también con unos viejos conocidos, entre ellos, Paulina, una bella y coqueta joven de la anduvo enamorado en el pasado. Paulina le confiesa a Wooster que siente gran interés por Lord Chuffnell y que piensa que es correspondida.
Después de una conversación, en la que Jeeves informa a su señor sobre los motivos por los que Chuffy no termina de dar el paso, ambos deciden unir sus fuerzas para conseguir que su amigo y la joven heredera se conviertan en pareja. A partir de aquí, el enredo está servido.
22 abril 2022
Sobre el comienzo de unos libros... Hoy: ¡Absalón, Absalón! de William Faulkner
Desde poco después de las dos hasta la puesta del sol de aquella apacible lenta y calurosa tarde muerta de septiembre permanecieron sentados en lo que la señorita Coldfield seguía llamando el despacho porque su padre lo había llamado así —una habitación oscura sofocante con las celosías cerradas y echados los cerrojos desde hacía cuarenta y tres veranos porque cuando ella era una niña alguien había tenido la creencia de que la luz y la ventilación atraían el calor y que la oscuridad era siempre más fría y que ésta (cuanto más caía el sol con toda su fuerza sobre aquel costado de la casa) se iluminaba con amarillos rayos horizontales a través de la celosía llena de motas de polvo que Quentin pensaba que eran escamas de la viejísima pintura reseca desprendidas hacia el interior desde la madera de las celosías decapadas como si el viento las hubiera arrastrado. Una guía de glicinas florecía por segunda vez aquel verano por entre un enrejado frente a la ventana, los gorriones entraban y salían de vez en cuando en frenéticos escarceos, produciendo un vivo rumor seco y polvoriento antes de alejarse; y frente a Quentin, la señorita Coldfield con su sempiterno luto que había llevado desde hacía ahora cuarenta y tres años, bien fuera por su hermana, padre o noesposo nadie lo sabía, sentada muy erguida en una rígida silla que era tan alta que sus piernas pendían rectas y verticales como si tuviera pantorrillas y tobillos de hierro, sin pegar en el suelo con ese aire de rabia impotente y estática que tienen los pies de los niños y hablando con esa áspera voz huraña y asustada hasta que al final toda atención cesaba y el sentido auditivo, la auto-conmiseración y el por largo tiempo ausente objeto de su fútil pero inexorable fracaso aparecía, como si fuera evocado por un indignado requerimiento, sereno, distraído e inofensivo, brotando del polvo paciente y soñador y victorioso.
William Faulkner
¡Absalón, Absalón!
William Faulkner es hoy aclamado universalmente como uno de los escritores más importantes del siglo XX. Convirtió su pequeño condado en Misisipi en un escenario apócrifo donde explorar virtudes y defectos de la sociedad, al tiempo que experimentaba con las posibilidades de la novela modernista. Su obra se caracteriza por esa estética rica que se arriesga en el empleo de recursos expresivos innovadores, que hereda de las tradiciones romántica y realista, y alcanza con “¡Absalón, Absalón!” el encumbramiento como obra maestra del modernismo americano.
“¡Absalón, Absalón!” es una obra enigmática, ambigua, y de una complejidad técnica extraordinaria. Cuatro narradores exploran las posibilidades de la aprehensión de la certeza y de la duda, de los límites del conocimiento humano, en una lucha por discernir la verdad a pesar de la ausencia de datos fundamentales para lograrlo. El amor, el racismo y el honor se combinan para construir una historia que acaba con las esperanzas del modelo idílico de la cultura de la plantación.
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