01 octubre 2021

1 de octubre

Al día siguiente, esparcimos las cenizas de Trause en el césped de Central Park. Debíamos de ser unos treinta o cuarenta aquella mañana, un grupo de amigos, parientes y colegas escritores, sin representantes de ninguna religión y sin nadie que mencionara a Dios entre quienes tomaron la palabra. Grace no sabía nada de la muerte de John, y sus padres y yo habíamos decidido ocultárselo mientras pudiéramos. Bill fue conmigo a la ceremonia, pero Sally se quedó en el hospital con Grace, a quien habíamos dicho que su padre se volvía a Virginia y que yo lo acompañaba al aeropuerto. Grace iba mejorando a ojos vistas, pero aún no tenía fuerzas suficientes para resistir un golpe de tal magnitud. Las tragedias de una en una, dije a sus padres, eso es más que suficiente. Como las gotas que caían de la bolsa de plástico a la sonda introducida en el brazo de Grace, la poción tenía que administrarse en pequeñas dosis. La pérdida del niño era más que suficiente por el momento. Lo de John podía esperar hasta que se hubiera recuperado lo bastante para resistir otra embestida de dolor.
Nadie mencionó a Jacob en la ceremonia, pero estuvo presente en mi pensamiento mientras escuchaba al hermano de John y a Bill y a otros amigos pronunciar el panegírico bajo la resplandeciente luz de aquella mañana de otoño. Qué desgracia que un hombre muera antes de tener ocasión de llegar a viejo, dije para mis adentros, qué deprimente pensar en la obra que aún tenía por delante. Pero si John tenía que morir ahora, pensé, entonces mejor que hubiera muerto el lunes, y no el martes o el miércoles. De haber vivido otras veinticuatro horas, se habría enterado de lo que Jacob había hecho a Grace, y estaba seguro de que nada más saberlo se habría muerto. Y tal como estaban las cosas, nunca tendría que enfrentarse al hecho de que había engendrado un monstruo, no tendría que soportar la carga del ultraje perpetrado por su hijo contra la persona a la que él más quería en el mundo. Jacob se había convertido en lo innombrable, pero yo me consumía de odio hacia él y esperaba con impaciencia el momento en que la policía lo atrapara finalmente para tener ocasión de testificar contra él en un tribunal. Para mi eterno pesar, nunca se me dio esa oportunidad. Mientras estábamos en Central Park aquella mañana rindiendo las honras fúnebres a su padre, Jacob ya estaba muerto. Ninguno de nosotros podíamos saberlo entonces, porque pasaron otros dos meses antes de que su cadáver descompuesto se descubriera —envuelto en un plástico negro y tirado en un contenedor de escombros— en una obra abandonada cerca del río Harlem en el Bronx. Lo habían matado de dos tiros en la cabeza. Richie y Phil no eran criaturas de su imaginación, y cuando en el juicio a que se los sometió al año siguiente se presentó como prueba el informe del forense, resultó que cada bala había sido disparada por una pistola distinta.
Aquel mismo día (1 de octubre), la carta enviada desde Manhattan por Madame Dumas llegó a su destino en Brooklyn. La encontré en el buzón después de volver a casa de Central Park (para cambiarme de ropa antes de ir de nuevo al hospital), y como en el sobre no había remite, no supe de quién era hasta que subí a casa y la abrí. Trause había escrito la carta a mano, y la caligrafía era tan irregular, de tan precipitada ejecución, que me costó trabajo descifrarla. Tuve que repasar varias veces el texto antes de conseguir desvelar el misterio de su letra ganchuda e ilegible, pero en cuanto logré traducir aquellos trazos en palabras, pude oír la voz de John: una voz viva, que me hablaba desde la otra orilla de la muerte, desde el otro lado de la nada. Luego encontré el cheque dentro del sobre, y sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas. Vi las cenizas de John brotando de la urna en el parque aquella mañana. Vi a Grace, postrada en la cama del hospital. Me vi a mí mismo rompiendo las hojas del cuaderno azul, y al cabo de un rato —por decirlo con las palabras de Richard, el cuñado de John— me llevé las manos a la cara y sollocé hasta que no pude más. No sé cuánto tiempo pasé así, pero mientras las lágrimas manaban de mis ojos, me sentía feliz, más feliz por estar vivo de lo que me había sentido jamás. Era una felicidad que estaba más allá del consuelo, más allá del dolor, más allá de toda la fealdad y la belleza del mundo. Finalmente, el llanto cedió y me dirigí a la habitación a cambiarme de ropa. Diez minutos después, estaba otra vez en la calle, camino del hospital para ver a Grace.

Paul Auster
La noche del oráculo

Sidney Orr, escritor, se recupera de una enfermedad a la que nadie esperaba que sobreviviera. Compra un cuaderno azul y descubre que puede volver a escribir. Su amigo John Trause, también escritor, enfermo y poseedor de otro exótico cuaderno azul le ha hablado de Flitcraft, un personaje fugaz de El halcón maltés, que sobrevivió a un roce con la muerte y abandonó todo para inventarse otra vida. En la novela que Orr está escribiendo, Flitcraft se ha convertido en Nick Bowen, un joven editor que, tras salvarse por un pelo de la muerte, parte rumbo a Kansas, llevándose el manuscrito de una novela inédita de una escritora famosa en los años veinte, y cuyo título es La noche del oráculo. Y en paralelo a la novela de Nick, va contando la novela de su propia vida, de su encuentro y matrimonio con Grace, una mujer cuyo pasado desconoce…

Flores: rosas

Jardines y flores

30 septiembre 2021

30 de septiembre

Este hombre la miraba con extraña fijeza.

¡Era el mismo personaje del castillo de Taverney, el que vio en el jardín de las Tullerías, el hombre de palabras amenazadoras y de actos misteriosos y terribles!

Una vez fija la mirada de la reina en aquel hombre, ya no pudo separarla de él; porque ejercía en ella la fascinación de la serpiente sobre el pájaro.

El espectáculo comenzó; la reina hizo un esfuerzo, rompió el encanto y pudo volver la cabeza para mirar la escena.

Se representaban los Acontecimientos imprevistos.

Mas por mucho que se esforzase María Antonieta para distraer su pensamiento del hombre misterioso, a pesar suyo, y como por efecto de una fuerza magnética más poderosa que su voluntad, volvíase y dirigía una mirada de espanto hacia el temible personaje.

Y el hombre continuaba en el mismo sitio inmóvil, sardónico, burlón. Aquello era una obsesión dolorosa, íntima y fatal, una cosa semejante a la pesadilla durante la noche.

Por lo demás, en el teatro flotaba una especie de electricidad. Aquellas dos cóleras suspendidas no podían menos de chocar, como sucede en los días tempestuosos de agosto, cuando dos nubes, llegando de dos extremidades del horizonte, se encuentran y producen el relámpago, si no el rayo.

No tardó en presentarse una oportunidad.

Madame Dugazon, mujer encantadora, debía cantar un dúo con el tenor, y decir estos versos:

¡Oh!, ¡cómo amo a mi ama!

La valerosa mujer se adelantó hasta el borde del escenario, y levantando los ojos y los brazos hacia la reina, hizo la fatal provocación.

María Antonieta comprendió que allí estaba la tempestad.

Volvióse espantada y fijó involuntariamente los ojos en el hombre de la columna.

Entonces creyó verle hacer una señal de mando, a la que toda la platea obedeció.

En efecto, con una sola voz, voz terrible, todos los espectadores que la ocupaban gritaron a la vez.

—¡Ya no hay amo ni ama! ¡Libertad!…

Pero a este grito, palcos y galerías contestaron:

—¡Viva el rey! ¡Viva la reina! ¡Vivan para siempre nuestro amo y nuestra ama!

—¡Ni uno ni otra! ¡Libertad, libertad, libertad! —vociferó por segunda vez la platea.

Después de esta doble declaración de guerra, así lanzada y aceptada, la lucha comenzó.

La reina profirió un grito de terror y cerró los ojos, sin fuerza ya para mirar a aquel demonio que parecía el rey del desorden y el espíritu de la destrucción.

En el mismo instante los oficiales de la guardia nacional la rodearon, formando una barrera con sus cuerpos, y la condujeron hasta fuera del teatro.

Pero en los corredores siguió persiguiéndola este grito:

—¡Nada de amo ni ama! ¡Nada de rey ni de reina!

Se llevó a la reina desmayada a su coche.

Y aquella fue la última vez que asistió al teatro.

El 30 de septiembre, la Asamblea, por boca de su presidente Thouret, declaraba que había cumplido su misión y terminado sus sesiones.

He aquí, en pocas líneas, el resultado de sus trabajos que habían durado dos años y cuatro meses.

La desorganización completa de la monarquía.

La organización del poder popular.

La anulación de todos los privilegios nobiliarios y eclesiásticos.

Mil doscientos millones de asignados decretados.

La hipoteca sobre los bienes nacionales.

La libertad de cultos reconocida.

Abolición de los votos monásticos.

Supresión de las órdenes de prisión.

Legalidad de los cargos públicos.

Supresión de las aduanas interiores.

Institución de la guardia nacional.

Y, en fin, la constitución votada y sometida a la aceptación del rey.

Hubiera sido necesario tener muy tristes presentimientos para creer —rey o reina de Francia— que debía temerse más de la Asamblea que iba a reunirse que de aquella que acababa de disolverse.

Alexandre Dumas
La Condesa de Charny
Revolución francesa - 4

Los sangrientos sucesos posteriores a la toma de la Bastilla continúan. La familia real es trasladada de Versalles a París, a las Tullerías más exactamente, escoltada por el pueblo, que ha asaltado el palacio para hacer justicia por su propia mano. Un miembro de la Asamblea General, el doctor Guillotín, empieza a dar forma al invento que lo hará famoso.

La familia real es apresada en Varennes y conducida a París. Luis XVI, secretamente y con ayuda de Charny y Bouillé, empieza a planear la huida. Mientras tanto, se proclaman los derechos del hombre y del ciudadano, y al grito de: Libertad, igualdad y fraternidad se inicia la revolución.

El ciudadano Juan Bautista Drouet, es el primero en reconocer al rey en su fuga por el camino de Varennes, y da la voz de alarma. La familia real es apresada y conducida por la fuerza a París. Charny, al conocer el secreto de su esposa Andrea, empieza a amarla, sobre todo por el motivo del ocultamiento. Lamenta haberse dado cuenta tarde del tesoro que tiene a su lado. Andrea conoce la felicidad y, aunque durará poco, para ella será suficiente. (…el amor ha sido dado al hombre para que tenga la medida de lo que puede sufrir…).

Reaparece Angel Pitou, que se ha convertido en capitán y héroe de la revolución, pero sigue siendo el noble e inocente enamorado de Catalina a pesar de todo. Esto terminará por revertir su mala suerte en el amor, al convertirse tempranamente en un buen padre de un niño de quien tal vez él no hubiera esperado.

Flores: lirios

Jardines y flores

29 septiembre 2021

29 de septiembre

La noche era oscura y no se veía ni una estrella, el cielo cubierto por cargados nubarrones. El camino estaba bastante impracticable, con afiladas rocas que sobresalían y baches que parecían fosas. El viejo y maltrecho coche avanzaba dando brincos y sacudidas. Por si fuera poco, el hombre que iba al volante sólo encendía los faros de vez en cuando, apenas unos segundos, y después los apagaba. A aquella hora de la noche no era fácil que pasara un automóvil por aquel sendero, y por eso lo mejor era no despertar curiosidad. A ojo de buen cubero debía de faltarle muy poco para llegar. Encendió las luces largas y a unos veinte metros de distancia, a mano derecha, vio un rótulo escrito a mano y clavado en una estaca. Detuvo el coche, apagó el motor y bajó. El aire fresco y húmedo intensificaba la fragancia de la campiña. El hombre respiró hondo y echó a andar, con las manos en los bolsillos. A medio camino lo asaltó un pensamiento. Se paró. ¿Cuánto tiempo había tardado en llegar? ¿Y si fuera demasiado temprano? Había salido del pueblo pasadas las once y media, pero no había tráfico. Como no conseguía calcular cuánto rato había conducido, sacó la linterna del bolsillo y la encendió lo que dura un relámpago, suficiente para consultar su reloj de pulsera: las doce y diez. El nuevo día había empezado hacía diez minutos. Perfecto. Reanudó la marcha.
Esta vez no necesitó un silenciador para disparar. La detonación sólo la oyó algún perro lejano que se puso a ladrar sin mucha convicción, únicamente para demostrar que se ganaba el pan.
El lunes 29 de septiembre, Fazio se presentó en la comisaría hacia el mediodía con una bolsa de supermercado.
—¿Has ido a hacer la compra?
—No, señor dottore. Traigo un pollo. Cómaselo usted, que yo ya me zampé el muletto la otra semana.
—A ver si te explicas mejor.
—Dottore, al pollo que llevo aquí dentro le han pegado un tiro. En la cabeza, como al pez del lunes pasado.
—¿Dónde ha ocurrido?
—En la granja de Masino Contrera, en el campo, hacia Montereale, a una media hora por carretera desde aquí. Pero es un lugar solitario. Aquí tiene la bala. —Montalbano abrió el cajón, buscó la otra y las comparó. Idénticas—. Y también ha dejado una nota —añadió Fazio, sacándosela del bolsillo y entregándosela al comisario.
Estaba escrita en bolígrafo en un trozo de papel cuadriculado con letras mayúsculas: «Me sigo contrayendo».
—¿Y esto qué quiere decir? —preguntó Montalbano.
—¿Me permite?
—Pues claro.
—Yo he pensado que, a lo mejor, este señor se ha equivocado al escribir.
—Ah, ¿sí?
—Pues sí, dottore. Quizá quería poner: «Me sigo contrariando». A lo mejor está contrariado por algún motivo, qué sé yo, los impuestos, la mujer que le pone los cuernos, un hijo drogata, cosas por el estilo. Y entonces va y se desahoga.
—¿Disparando contra peces y pollos? No, Fazio; aquí dice exactamente «contrayendo». Pero a partir de esta nota podemos intuir el contenido de la primera, la que no pudiste leer porque se había mojado. Aquí pone «sigo».
—¿Y entonces?
—Significa que en la primera usaba un verbo del tipo «empezar» o «comenzar». «Empiezo a contraerme» o algo así.
—¿Y eso qué significa?
—Vete tú a saber.
—¿Qué hacemos, dottore? —preguntó Fazio, inquieto.
—¿Esta historia te pone nervioso?
—Sí, señor.
—¿Por qué?
—Porque es un asunto sin pies ni cabeza. Y a mí las cosas que no tienen explicación lógica me impresionan.
—No podemos hacer nada, Fazio. Esperaremos a que este señor termine de contraerse y entonces ya veremos. Pero ¿seguro seguro que el pollo no te apetece?

Andrea Camilleri
El primer caso de Montalbano
Relatos
Comisario Montalbano

Reflejo de tres épocas muy diferentes en la vida del comisario Salvo Montalbano, los relatos que componen esta nueva entrega del famoso personaje creado por Andrea Camilleri —uno de los autores más leídos de Italia en los últimos años— ofrecen una cara desconocida de Montalbano que deleitará a los iniciados y sorprenderá a aquellos lectores que se acerquen por primera vez al irresistible universo del seductor sabueso siciliano. Si el primer relato nos presenta un caso insólito en el que la interpretación de la Cábala resulta decisiva para esclarecer la muerte violenta de una serie de animales de todo tipo y tamaño, el tercero, un extraño secuestro exprés que no termina de convencer a Montalbano, nos plantea la nueva realidad de la mafia, moderna y actualizada, que se enfrenta a unos policías obligados a salir a fumar a la calle para cumplir con la ley antitabaco. Y entre ambos, el relato que da título al libro, un viaje al pasado para conocer al joven subcomisario Montalbano mientras espera con ansiedad un próximo ascenso. Harto de un paisaje de montaña acartonado, Salvo sueña con una casita a la orilla del mar, con el olor del salitre al amanecer y el rumor de las olas que rompen… Cuando su sueño se hace realidad, el flamante comisario se lanza a la carretera, loco de alegría, deseoso de llegar a Vigàta y conocer a sus nuevos compañeros. Y como presagio de lo que será su dilatada carrera, ya desde el primer caso se le plantea el dilema entre seguir sus corazonadas o atenerse estrictamente a las normas que marca la ley.

Flores: lirios

 Jardines y flores

Enriketa ve un fantasma