10 mayo 2021
09 mayo 2021
9 de mayo
Tampoco es atinado decir que me despachó. Mi padre me acompañó a Lancing. Viajamos juntos, en tren, el 9 de mayo de 1917, un día negro en mi calendario. Lo digo literalmente, pues llevaba en el bolsillo un calendario en el que había tachado los días previos, unos más negros que otros, según fuera mi suerte, rodeando toda la hoja con un festón de cadenas.
Fue una primavera húmeda y lluviosa. Cambiamos de tren en Brighton y llegamos a Shoreham a primera hora de la tarde, donde tomamos un taxi para ir al colegio.
Hoy en día se trata de una zona bastante populosa, pero entonces no lo era. El río Adur, con marea baja, dejaba al descubierto llanuras enfangadas; en una orilla había un campamento del ejército con sus tiendas de campaña; al otro, un campo que ocasionalmente utilizaban los aviones. Al este, por la costa desolada, se llegaba hasta las últimas zonas residenciales de Brighton; al oeste, de igual manera, hasta Worthing, con la sola interrupción que suponían las aldehuelas de Lancing y Sompting, pastos y tierras de cultivo que iban a morir al borde mismo de los guijarros de la playa. Formaba el horizonte, como me recordó mi padre, «la línea de los cerros, tan noble, tan despojada».
08 mayo 2021
8 de mayo
Si usted me pregunta ahora en qué punto intervienen los huevos y el coñac de contrabando, me veré obligado a replicar que éste es un secreto que por ley y por tradición sólo puede ser murmurado por labios oriundos de Sussex directamente junto a oídos oriundos también de Sussex. Mucho menos es permisible escribirlo, por temor de que algún celta depredador, o un nativo de Kent se apodere de la receta y usurpe nuestra capacidad de hacer un excelente Budín de Sussex, si bien es verdad que muy pocos entre estos bárbaros saben leer, y si lo saben, sólo en caracteres de gran tamaño. Pero semejante contingencia es demasiado terrible para que la contemplemos aquí.
Se necesitará, más tarde, un litro o dos de crema muy gorda.
07 mayo 2021
7 de mayo
Heatherlegh, que probablemente nos seguía, se dirigió hacia donde yo estaba.
—Doctor —dije, mostrándole mi rostro—, he aquí la firma con que la señorita Mannering ha autorizado mi destitución. Puede usted pagarme el lakh de la apuesta cuando lo crea conveniente, pues la ha perdido.
A pesar de la tristísima condición en que yo me encontraba, el gesto que hizo Heatherlegh podía mover a risa.
—Comprometo mi reputación profesional… —Fueron sus primeras palabras.
Y las interrumpí diciendo a mi vez:
—Ésas son necedades. Ha desaparecido la felicidad de mi vida. Lo mejor que usted puede hacer es llevarme consigo.
El calesín había huido. Pero antes de eso, yo perdí el conocimiento de la vida exterior. El crestón de Jakko se movía como una nube tempestuosa que avanzaba hacia mí.
Una semana más tarde, esto es, el 7 de mayo, supe que me hallaba en la casa de Heatherlegh tan débil como un niño de tierna edad. Heatherlegh me miraba fijamente desde su escritorio. Las primeras palabras que pronunció no me llevaron un gran consuelo, pero mi agotamiento era tal, que apenas si me sentí conmovido por ellas.
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