24 abril 2021

24 de abril

Caballeros que no habían trabajado nunca e iban vestidos con lujosos trajes tenían que suplir a los menestrales y agricultores enfermos. Muchos de ellos no buscaban riquezas. Habían hecho el viaje a las tierras del Gran Kan para realizar hazañas en países orientales, como los paladines de las novelas caballerescas… ¡Y cuando soñaban con ser héroes de epopeya, se veían convertidos en trabajadores manuales, semejantes a los que habían considerado siempre en Europa como de un rango inferior!…

Al mismo tiempo Colón deseaba continuar sus viajes marítimos. Se hallaba cerca de Cuba, que era, según él, la punta avanzada de Asia. Lo mejor para sacar a la colonia de su incierta situación era que él fuera animosamente en busca del Gran Kan, navegando hacia Poniente. Tal vez sólo le separaban unas cuantas singladuras de los grandes puertos de Asia. Y dejando otra vez la ciudad bajo el gobierno de su hermano Diego, se embarcó el 24 de Abril, llevando con él a Juan de la Cosa, el célebre piloto, que le había seguido igualmente en este segundo viaje. Costeando la península llamada Cuba daría indudablemente con el famoso Catay.

Para evitar las enfermedades de Isabela, asegurando al mismo tiempo su dominio sobre la isla, ordenó que se esparciesen por el interior todas las tropas. Alonso de Ojeda; con cincuenta hombres, debía guarnecer el fuerte de Santo Tomás. El resto del ejército, mandado por don Pedro Margarit, correría la provincia de Cibao y luego toda la Española. Y se lanzó a navegar, dejando en Isabela a su hermano, que no obstante ser extremadamente devoto, vivía en guerra abierta con el padre Boil. Margarit, por su parte, consideró inútil el paseo militar por la isla, prefiriendo instalarse en los pueblos de la dulce Vega Real, donde los soldados empegaron a desmoralizarse, llevando una vida de voluptuosidades y violencias. Hasta dejaron de formar un cuerpo compacto y se dividieron en partidas, que corrían a su gusto el país en busca de oro.

Vicente Blasco Ibáñez
El caballero de la Virgen

El caballero de la Virgen es el sobrenombre dado a Alonso de Ojeda, prototipo de los descubridores españoles de América, cuya vida se narra en esta obra.

Justicia carnea

Justicia carnea

23 abril 2021

23 de abril

Hay muy pocas tumbas interesantes en el moderno Madrid, ya que las mejores, en San Gerónimo y San Martín, fueron destruidas por los invasores. Herrera, el arquitecto, fue enterrado en San Nicolás; Lope de Vega en San Sebastián: murió el 27 de agosto de 1637, en el número 11 de la calle de Francos. Velázquez, que murió el 7 de agosto de 1660, fue enterrado en San Juan. Este edificio fue demolido en 1811, en tiempo de los franceses, y las cenizas de Velázquez fueron esparcidas a los cuatro vientos, lo mismo que había ocurrido con las de Murillo. También fueron esparcidas de esta manera las de Cervantes: murió el 23 de abril de 1616, en la calle de León, número 20, Manzana 228, y fue enterrado en las Trinitarias Descalzas, calle del Humilladero, y cuando las monjas se trasladaron a la calle de Cantarranas, el solar fue olvidado, y sus restos están ahora abandonados, sin honores. En este convento profesaron las hijas de Cervantes y Lope de Vega.

España, después de haber negado el pan a Cervantes cuando vivía, le ha dado recientemente una piedra; se le ha levantado un monumento en la Plaza de Santa Catalina, con una estatua modelada por Antonio Sola, de Barcelona, y vaciada en bronce por un prusiano llamado Hofgarten. Está vestido a la antigua usanza española, y esconde bajo su capa el brazo mutilado en Lepanto, cosa que nunca hizo en vida, ya que constituía el gran honor de su existencia. Los relieves del pedestal muestran las aventuras de Don Quijote y fueron diseñados por un cierto Piguer; el costo fue sufragado con la recaudación de la Bula de Cruzada, y, de esta manera, Cervantes, que cuando vivía fue rescatado de Argel por los monjes de la Merced, debe ahora a un fondo religioso este tardío monumento. La calle en que vivía tiene ahora el nombre de calle de Cervantes.

Los huesos de Calderón de la Barca fueron trasladados el 19 de abril de 1841 del convento de La Calatrava y enterrados en el Campo Santo de San Andrés.

Richard Ford
Manual para viajeros por Castilla y lectores en casa. Madrid
Manual para viajeros por España y lectores en casa - 3

Existe una abundante bibliografía de libros de viajes por España. Pero ninguno ha alcanzado el prestigio y la justa fama que con los años ha ido ganando el que ofrecemos ahora, por primera vez en castellano, al público español. El «Manual para viajeros por Castilla y lectores en casa» constituye la segunda entrega de lo que será la edición completa del famoso manual de Ford («Manual para viajeros por España y lectores en casa»), publicado por primera vez en Londres en 1845.

Bajo el discreto título de «Manual» se esconde el más completo, más original, más profundo y mejor escrito entre los numerosos libros producidos por los viajeros románticos.

Richard Ford, hombre de cultura extraordinaria y estupendo escritor, además de dibujante, vino a vivir a Sevilla en 1831 para cuidar la salud de su mujer. Instalado en Sevilla y en la Alhambra, recorrió a caballo miles de kilómetros por zonas de España completamente apartadas de las rutas habituales de los viajeros románticos. Su presente obra es más que un libro de viajes y más que un fresco impresionante y vivísimo de la España romántica: por sus extraordinarias dotes de escritor ha pasado a ocupar un sitio en la historia de la literatura inglesa.

La presente edición se acompaña de numerosas reproducciones de dibujos del propio Richard Ford y de grabados de David Roberts.


Justicia carnea

Justicia carnea

22 abril 2021

22 de abril

EN cada puerto que visitábamos explotaban las reyertas, y como Paita, situado a doscientas leguas al noroeste de El Callao, es uno de los mejores puertos de la costa peruana, en él ocurrió nuestra mejor reyerta. Estaba yo durmiendo una siesta poco después de nuestra llegada temprano por la tarde del 22 de abril, cuando inflamados juramentos y gritos resonaron por el pasadizo y adormilado reconocí la voz del coronel:

—¡Mil pestes y furias os lleven, chivo tonsurado! ¿Cómo os atrevéis a meter vuestro largo hocico en mis asuntos? ¿Qué os importa a quién envío a dónde y para qué? Yo soy el coronel y en cuestiones militares, quien decide, dirige y hace lo que se le antoje, y sólo a la aprobación del general me someto.

Una respuesta dulce y urbana cuyo sentido no pude captar fue interrumpida bruscamente por una nueva andanada de imprecaciones.

—¿De modo que el sargento fue a consultaros? ¿Dijo que temía cometer un pecado mortal si obedecía mis órdenes? ¡Sí que lo cometió! Cuando le eche mano, lo juro por Dios Todopoderoso, lo desollaré como a una raya; y en cuanto a vos ¿cómo os atrevéis a traicionar el secreto de confesión para sembrar cizaña entre yo y mis sargentos? ¡Por el cielo, os trincharé como a un capón, padre de sodomitas!

—¡Paz, paz, hijo mío! —exclamó el otro con voz semejante a un balido. Y luego—: ¡Corréis peligro! ¿No os importa nada vuestra alma inmortal?

—¡Dios mío! —me dije ya del todo despierto—. Ése debe de ser el vicario.

Me arrojé de la litera desnudo con excepción de una ligera camisa y me apresuré a llamar a la gran cabina.

—Rápido, por amor de Dios, don Álvaro —rogué—. Salid al pasillo en seguida para evitar derramamiento de sangre o algo todavía peor.

El general, que se hacía recortar la barba y rezaba el rosario a la vez, se me quedó mirando boquiabierto.

—¡Vaya, si no es Andresito —dijo— con las faldas de la camisa al aire! Muchacho, pareces el virtuoso José huyendo de la mujer de Putifar.

Doña Mariana irrumpió en una sonora carcajada:

—Le hacéis al pobre desdichado demasiado honor, cuñado. Por la expresión de su cara, diría que Putifar lo ha atrapado in fraganti y lo corre con el cuchillo del castrador.

Avergonzado y confuso, cogí una tela de damasco que cubría una mesa y me la até en torno a la cintura con una muda súplica de perdón a doña Mariana.

—Rápido, don Álvaro —repetí—, no hay tiempo que perder. El coronel está a punto de convertir en mártir al padre Juan.

Él se puso en pie de un salto con la toalla del barbero todavía en torno al cuello y me siguió a la puerta, a la que llegamos justo a tiempo. El coronel, con el puño alzado y la cara encendida, avanzaba por el pasadizo hacia nosotros. El vicario, con su cruz de plata en alto, retrocedía delante de él, paso a paso, reiterando:

—¡Largo, pecador, largo!

Cuando la puerta se abrió de un golpe, el buen padre cayó en mis brazos casi desmayado de terror. Lo arrastré a la cabina y lo senté contra una cómoda, dejando que don Álvaro le hiciera frente al coronel.

Robert Graves
Las islas de la imprudencia

Graves se centra en esta ocasión en la expedición encabezada por Álvaro de Mendaña (cuyo propósito era descubrir Australia y colonizar las islas de los Mares del Sur) y en el hallazgo de las islas Marquesas y las Salomón. Al margen de la pugna entre la armada británica y la española, uno de los temas mejor reflejados en la novela es la audacia y valentía de los hombres de mar de la época, y lo que singulariza esta expedición es que, a la muerte de Mendaña, quien se hizo cargo de la expedición fue una mujer extraordinaria que apenas ha dejado huella en la historia, Ysabel de Barreto. De nuevo, Graves ha recuperado un episodio oculto de la historia que sobre todo deleitará al lector español.

Justicia carnea

Justicia carnea

Enriketa ve un fantasma