06 diciembre 2010

Del Beato de Liébana (Potes - Cantabria)

del Beato de Liébana (siglo VIII)

Daniel - Capítulo 07 - Biblia de Reyna Valera
7:1 En el primer año de Belsasar rey de Babilonia tuvo Daniel un sueño, y visiones de su cabeza mientras estaba en su lecho; luego escribió el sueño, y relató lo principal del asunto.
7:2 Daniel dijo: Miraba yo en mi visión de noche, y he aquí que los cuatro vientos del cielo combatían en el gran mar.
7:3 Y cuatro bestias grandes, diferentes la una de la otra, subían del mar.
7:4 La primera era como león, y tenía alas de águila. Yo estaba mirando hasta que sus alas fueron arrancadas, y fue levantada del suelo y se puso enhiesta sobre los pies a manera de hombre, y le fue dado corazón de hombre.
7:5 Y he aquí otra segunda bestia, semejante a un oso, la cual se alzaba de un costado más que del otro, y tenía en su boca tres costillas entre los dientes; y le fue dicho así: Levántate, devora mucha carne.
7:6 Después de esto miré, y he aquí otra, semejante a un leopardo, con cuatro alas de ave en sus espaldas; tenía tembién esta bestia cuatro cabezas; y le fue dado dominio.

del beato de Liébana
7:7 Después de esto miraba yo en las visiones de la noche, y he aquí la cuarta bestia, espantosa y terrible y en gran manera fuerte, la cual tenía unos dientes grandes de hierro; devoraba y desmenuzaba, y las sobras hollaba con sus pies, y era muy diferente de todas las bestias que vi antes de ella, y tenía diez cuernos.
7:8 Mientras yo contemplaba los cuernos, he aquí que otro cuerno pequeño salía entre ellos, y delante de él fueron arrancados tres cuernos de los primeros; y he aquí que este cuerno tenía ojos como de hombre, y una boca que hablaba grandes cosas.
7:9 Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente.
7:10 Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos.

7:11 Yo entonces miraba a causa del sonido de las grandes palabras que hablaba el cuerno; miraba hasta que mataron a la bestia, y su cuerpo fue destrozado y entregado para ser quemado en el fuego.
7:12 Habían también quitado a las otras bestias su dominio, pero les había sido prolongada la vida hasta cierto tiempo.
7:13 Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él.
7:14 Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.
7:15 Se me turbó el espíritu a mí, Daniel, en medio de mi cuerpo, y las visiones de mi cabeza me asombraron.
7:16 Me acerqué a uno de los que asistían, y le pregunté la verdad acerca de todo esto. Y me habló, y me hizo conocer la interpretación de las cosas.
7:17 Estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes que se levantarán en la tierra.
7:18 Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre.
7:19 Entonces tuve deseo de saber la verdad acerca de la cuarta bestia, que era tan diferente de todas las otras, espantosa en gran manera, que tenía dientes de hierro y uñas de bronce, que devoraba y desmenuzaba, y las sobras hollaba con sus pies;
7:20 asimismo acerca de los diez cuernos que tenía en su cabeza, y del otro que le había salido, delante del cual habían caído tres; y este mismo cuerno tenía ojos, y boca que hablaba grandes cosas, y parecía más grande que sus compañeros.
7:21 Y veía yo que este cuerno hacía guerra contra los santos, y los vencía,
7:22 hasta que vino el Anciano de días, y se dio el juicio a los santos del Altísimo; y llegó el tiempo, y los santos recibieron el reino.
7:23 Dijo así: La cuarta bestia será un cuarto reino en la tierra, el cual será diferente de todos los otros reinos, y a toda la tierra devorará, trillará y despedazará.
7:24 Y los diez cuernos significan que de aquel reino se levantarán diez reyes; y tras ellos se levantará otro, el cual será diferente de los primeros, y a tres reyes derribará.
7:25 Y hablará palabras contra el Altísimo, y a los santos del Altísimo quebrantará, y pensará en cambiar los tiempos y la ley; y serán entregados en su mano hasta tiempo, y tiempos, y medio tiempo.
7:26 Pero se sentará el Juez, y le quitarán su dominio para que sea destruido y arruinado hasta el fin,
7:27 y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán.
7:28 Aquí fue el fin de sus palabras. En cuanto a mí, Daniel, mis pensamientos me turbaron y mi rostro se demudó; pero guardé el asunto en mi corazón.

05 diciembre 2010

Del Beato de Liébana (Potes - Cantabria)

del Beato de Liébana (siglo VIII)

Apocalipsis (Revelaciones) - de Reyna Valera
Capítulo 14
14:1 Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente.
14:2 Y oí una voz del cielo como estruendo de muchas aguas, y como sonido de un gran trueno; y la voz que oí era como de arpistas que tocaban sus arpas.
14:3 Y cantaban un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra.
14:4 Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero;
14:5 y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios.
14:6 Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo,
14:7 diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.
14:8 Otro ángel le siguió, diciendo: Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación.
14:9 Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano,
14:10 él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero;
14:11 y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre.
14:12 Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.
14:13 Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen.
14:14 Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda.
14:15 Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura.
14:16 Y el que estaba sentado sobre la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada.
14:17 Salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz aguda.
14:18 Y salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y llamó a gran voz al que tenía la hoz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra, porque sus uvas están maduras.
14:19 Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios.
14:20 Y fue pisado el lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre hasta los frenos de los caballos, por mil seiscientos estadios.

04 diciembre 2010

Del Beato de Liébana (Potes - Cantabria)

del Beato de Liébana (siglo VIII)

Mapa Mundi:
Génesis - Capítulo 2
2:1 Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos.
2:2 Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo.
2:3 Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación.
2:4 Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados, el día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos,
2:5 y toda planta del campo antes que fuese en la tierra, y toda hierba del campo antes que naciese; porque Jehová Dios aún no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre para que labrase la tierra,
2:6 sino que subía de la tierra un vapor, el cual regaba toda la faz de la tierra.
2:7 Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.
2:8 Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado.
2:9 Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal.
2:10 Y salía de Edén un río para regar el huerto, y de allí se repartía en cuatro brazos.
2:11 El nombre del uno era Pisón; éste es el que rodea toda la tierra de Havila, donde hay oro;
2:12 y el oro de aquella tierra es bueno; hay allí también bedelio y ónice.
2:13 El nombre del segundo río es Gihón; éste es el que rodea toda la tierra de Cus.
2:14 Y el nombre del tercer río es Hidekel; éste es el que va al oriente de Asiria. Y el cuarto río es el Eufrates.
2:15 Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase.
2:16 Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer;
2:17 mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.
2:18 Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.
2:19 Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre.
2:20 Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para él.
2:21 Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar.
2:22 Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre.
2:23 Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada.
2:24 Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.
2:25 Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban.

Biblia de Reyna Valera

Hay que hacer notar que había dos árboles singulares entre todos (no uno)
1 el árbol de vida en medio del huerto (eternidad), y
2 el árbol de la ciencia del bien y del mal (sabiduría)
Lo que son las religiones: los frutos de segundo son los prohibidos

30 noviembre 2010

Un cuento de Saki

“La benefactora y el gato satisfecho” por Saki
Jocantha Bessbury andaba en plan de sentirse feliz, serena y bondadosa. El mundo en que vivía era un lugar ameno, y ese día mostraba una de sus facetas más amenas. Gregory había logrado venir a casa para almorzar de prisa y fumarse un pitillo en el acogedor cuartito de descanso; el almuerzo había estado bueno y aún quedaba tiempo para hacerles justicia al café y al tabaco. Ambos eran excelentes a su modo; y Gregory era, a su modo, un marido excelente. Jocantha se sentía más bien tentada a sospechar que como esposa era encantadora, y sospechaba de sobra que tenía una modista de primera.
-No creo que en todo el barrio de Chelsea pueda encontrarse una persona más contenta -observó Jocantha, aludiendo a sí misma-, con la excepción quizás de Attab -prosiguió, echando una mirada al gran gato atigrado que descansaba muy a sus anchas en la esquina del diván-. Míralo ahí, soñando y ronroneando, estirando las patas de vez en cuando en un rapto de mullido bienestar. Parece la mismísima encarnación de todo lo que es suave y sedoso y aterciopelado, sin un ángulo brusco en su postura, todo un visionario cuya filosofía es la de soñar y dejar soñar; y luego, cuando cae la tarde, sale al jardín con un destello rojo en la mirada y atrapa algún gorrión desprevenido.
-Teniendo en cuenta que cada pareja de gorriones empolla diez o más crías al año, mientras sus fuentes de alimentación permanecen estacionarias, está muy bien que a los Attabs de la comunidad se les ocurra pasar una tarde entretenida -dijo Gregory.
Habiéndose aliviado de este sabio comentario, encendió otro cigarrillo, se despidió de Jocantha con cariño juguetón y partió al ancho mundo.
-Recuerda: esta noche cenamos un poquito temprano, porque después iremos al teatro -alcanzó a gritarle ella.
Ya a solas, Jocantha continuó el proceso de contemplar su vida con ojos plácidos e introspectivos. Si no tenía todo lo que quería en este mundo, por lo menos estaba muy contenta con lo que había conseguido. Estaba muy satisfecha, por ejemplo, con el cuartito de descanso, que de algún modo lograba ser acogedor, primoroso y costoso al mismo tiempo. Las porcelanas eran piezas raras y bellas, los esmaltes chinos adquirían maravillosos tintes a la luz del hogar, las cortinas y alfombras seducían la vista a través de suntuosas armonías de color. En aquel cuarto se podía atender con toda propiedad a un embajador o un arzobispo, pero también allí sería posible recortar láminas para un álbum, sin por ello temer que la basura ofendiese a los lares del sitio. Y tal como ocurría con el cuartito de descanso, igual pasaba con el resto de la casa; y tal como con la casa, igual con las demás esferas de la vida de Jocantha. En verdad tenía razones para ser una de las mujeres más contentas de Chelsea.
De este humor de efervescente satisfacción con su suerte pasó a la fase de sentir una lástima generosa por los miles de seres a su alrededor cuyas vidas y situaciones eran aburridas, vulgares, áridas y vacías. Las empleadas, las vendedoras... en fin: la clase que carece tanto de la libertad despreocupada de los pobres como de la ociosa libertad de los ricos, estaba especialmente en la mira de su conmiseración. Daba pena pensar que había jóvenes que tras una larga jornada de trabajo tenían que pasarla solas en sus fríos y deprimentes dormitorios porque no tenían con qué pagar una taza de café y un sándwich en un restaurante, y mucho menos un chelín para la galería de un teatro. El tema todavía rondaba en la cabeza de Jocantha cuando salió a pasar la tarde en una excursión de compras por antojo. Sería muy grato, se decía, si pudiera hacer algo, dejándose llevar por el impulso, para arrojar siquiera un destello de placer e interés sobre la vida de una o dos trabajadoras de corazón anhelante y bolsillos vacíos. Aquello acrecentaría en gran medida del disfrute de la función teatral de esa noche. Resolvió conseguir dos billetes de segundo piso para una obra popular, entrar a un salón de té barato y regalárselos a la primera pareja interesante de trabajadoras con quienes pudiera entablar una conversación casual. Podía explicar las cosas arguyendo que ella no estaría en condiciones de utilizar los billetes y no quería dejarlos perder; y que, por otro lado, no deseaba tomarse la molestia de devolverlos. Tras meditarlo más, decidió que lo mejor sería conseguir un solo billete y dárselo a alguna muchacha de aspecto solitario que encontrara sentada ante una comida frugal. A lo mejor la muchacha trababa conocimiento con su vecino de butaca y así echaba los cimientos de una amistad duradera.
Movida por este fuerte impulso de hada madrina, Jocantha entró a una agencia de billetes y seleccionó con infinito esmero un puesto de gallinero para El pavón amarillo, una obra de teatro que por esos días despertaba numerosas críticas y discusiones. Partió después en busca del salón de té y la aventura filantrópica, más o menos a la misma hora en que Attab se escabullía en el jardín con la mente afinada para la caza de gorriones. En un rincón de un saloncito anónimo encontró una mesa libre, en donde se instaló rápidamente, motivada por el hecho de que en la mesa contigua había una joven de facciones bastante ordinarias, mirada apática y cansada y un aire general de resignada soledad. Su vestido era de mala calidad, pero aspiraba a estar a la moda. Tenía un bonito pelo y un cutis más bien feo. Estaba terminando una modesta comida de té con panecillos, y no difería mucho de las miles de jóvenes que en ese preciso momento terminaban, empezaban o seguían tomando el té en los salones de Londres. Las posibilidades estaban muy a favor de la suposición de que jamás hubiera visto El pavón amarillo. Evidentemente, proporcionaba excelente material para el primer ensayo de Jocantha como benefactora por azar.
Jocantha pidió té y un panecillo y luego dirigió una mirada amistosa a su vecina, con el propósito de llamarle la atención. Justo en ese momento la cara de la muchacha se iluminó de placer, sus ojos chispearon, se sonrojaron sus mejillas y estuvo a punto de lucir bonita. Un hombre joven, a quien saludó con un cariñoso "¡Hola, Bertie!", vino hasta su mesa y tomó asiento frente a ella. Jocantha miró con ojos penetrantes al recién llegado. Tenía cara de ser unos años más joven que ella misma y era mucho más guapo que Gregory; de hecho, bastante más guapo que cualquiera de los jóvenes de su grupo de amigos. Conjeturó que sería un cortés dependiente de algún almacén de ventas al por mayor, que se las apañaba para subsistir y divertirse con un salario diminuto y que dispondría de unas vacaciones de dos semanas al año. Era consciente, por supuesto, de ser bien parecido, pero con la cohibición propia de los anglosajones y no con la flagrante complacencia del latino o semita. Era obvio que mantenía estrechas relaciones de amistad con la muchacha con quien conversaba. Probablemente derivaban hacia un compromiso formal. Jocantha se imaginó el hogar del muchacho, en una esfera muy reducida, con una madre latosa que a todas horas quería saber cómo y dónde pasaba él las noches. A su debido tiempo cambiaría aquella pesada esclavitud por un hogar propio, regido por la falta crónica de libras, chelines y peniques y la escasez de casi todas las cosas que hacen la vida cómoda y atractiva. Jocantha se sintió en extremo apiadada de él. Se preguntó si habría visto El pavón amarillo; las posibilidades estaban muy a favor de la suposición de que no lo hubiera visto. La muchacha había terminado el té y dentro de poco regresaría al trabajo. Cuando el joven estuviera solo, a Jocantha le sería muy fácil decirle: "Mi marido tiene otros planes para mí esta noche. ¿Le interesaría hacer uso de este billete, para que no se pierda?". Y después podía volver allí una tarde a tomar el té y, si se lo topaba, preguntarle cómo le había parecido la función. Si era un joven agradable y mejoraba con el trato, podía darle más billetes de teatro y tal vez invitarlo un domingo a tomar el té en Chelsea. Jocantha decidió que sí mejoraría con el trato, que le iba a simpatizar a Gregory y que el asunto del hada madrina iba a resultar más entretenido de lo que había previsto en un comienzo. El muchacho era claramente presentable: sabía peinarse, posiblemente por aptitud imitativa; sabía qué color de corbata le sentaba, por intuición quizás; y era exactamente del tipo que atraía a Jocantha, por accidente, desde luego. En fin, se sintió bastante complacida cuando la chica miró el reloj y dio un cálido pero apresurado adiós a su compañero. Bertie se despidió con la cabeza, bebió el té de un buchado y procedió a sacar del bolsillo del sobretodo un libro que llevaba por título Cipayo y sahib, relato de la gran rebelión.
Las leyes de etiqueta de un salón de té prohíben que uno ofrezca billetes de teatro a un desconocido sin haber antes llamado su atención. Resulta todavía más conveniente si uno puede hacer que le pase una azucarera, habiendo previamente disimulado el hecho de que uno tiene una azucarera repleta en la propia mesa. Esto no es difícil de lograr, pues por lo general la carta del menú es casi del tamaño de la mesa y uno puede pararla. Jocantha puso manos a la obra con optimismo: se enredó con la camarera en una larga y más bien estridente discusión sobre supuestos defectos de un panecillo impecable; hizo ruidosas y lastimeras averiguaciones sobre el servicio de metro a un suburbio inconcebiblemente apartado; le habló con brillante insinceridad al gatito del local, y como último recurso tumbó una jarrita de leche y renegó con gran finura. En suma, llamó mucho la atención, pero ni por un instante la del muchacho bellamente peinado, que estaba a miles de kilómetros de distancia, en las calcinadas llanuras del Indostán, entre casitas de campo abandonadas, bazares hormigueantes y cuarteles amotinados, escuchando un latir de tambores y lejanas descargas de mosquetes.
Jocantha regresó a su casa en Chelsea, que por primera vez se le hizo insulsa y recargada. Traía la amarga convicción de que Gregory iba a resultar aburrido durante la cena y que después la obra de teatro sería una estupidez. Mirándolo todo, su estado de ánimo mostraba una marcada divergencia con la ronroneante placidez de Attab, que otra vez estaba arrollado en su esquina del diván, respirando una inmensa paz por cada curva de su cuerpo.
Claro que él sí había atrapado su gorrión.
FIN

Sonriures per a una tardor

Sonriures per a una tardor I MAKING OF AMERICA El cementiri d'Edgar Poe Aquí rau el seu cor  envoltat per la gespa verda  d'una esgl...