02 diciembre 2007
Magosto o para decir en Navidad
01 diciembre 2007
La tarde amansa el día y serena la luz va cediendo
-Govinda -dijo Siddharta a su amigo-, Govinda, ven conmigo a la higuera de los banianos.
Tenemos que practicar el arte de la meditación.
Se fueron a la higuera de los banianos. Se sentaron. Aquí Siddharta y veinte pasos más allá Govinda. Acomodado y dispuesto a decir el Om, Siddharta repitió el verso murmurando:
Om es el arco, la flecha, es el alma,
la meta de la flecha es el brahmán,
al que sin cesar se debe alcanzar.
Cuando había pasado el tiempo acostumbrado para el ejercicio del arte de ensimismarse, Govinda se levantó. Se había hecho tarde; ya era la hora de efectuar la ablución de la noche. Llamó a Siddharta por su nombre. Siddharta no contestó. Siddharta se hallaba sentado, con la mirada fija en una meta lejana, con la punta de la lengua saliendo un poco entre los dientes; parecía que no respiraba. Así sentado, logrado el arte de ensimismarse, pensaba en el Om, enviaba su alma como una flecha hacia el brahmán.
Hermann Hesse en Siddharta
30 noviembre 2007
Lo que dicen las golondrinas. CANCIÓN DE OTOÑO
sobre campos de hierba amarillenta;
desde el alba a la noche el viento es fresco,
éste es el fin del tiempo de verano.
Veo abrirse las flores que conserva
el jardín como un último tesoro:
quiere lucir la dalia su divisa,
la maravilla su dorada toca.
La lluvia en el estanque hace burbujas;
y tienen conciliábulos extraños
las golondrinas sobre los tejados:
¡Ya ha llegado el invierno con sus fríos!
Se reúnen por cientos con el fin
de llegar a un acuerdo sobre su éxodo.
Una dice: «Qué bien se está en Atenas,
viéndolo todo desde la muralla.
Todos los años voy allí y anido en
metopas del mismo Partenón.
En los frisos mi nido disimula
el hueco de una bala de cañón.»
Otra dice: «Yo tengo mi cuartito
en Esmirna, en el techo de un café;
sus granos de ámbar cuentan los hayíes
en el umbral que recalienta el sol.
Entro y salgo, avezada como estoy
a los rubios vapores de las pipas,
y entre mares humosos rozo siempre
los turbanes y feces al pasar.»
Ésta dice: «Yo habito en un triglifo,
en el frontón de un templo, allá en Baalbek;
allí me poso y me sujeto, encima
de mis crías de pico puntiagudo.»
Otra dice: «Sabed mi dirección:
Rodas, palacio de los caballeros;
cada invierno mi tienda se alza allí
en capiteles de negros pilares.»
Y la quinta: «Yo voy a descansar,
pues la edad no permite largos vuelos,
en las blancas terrazas que hay en Malta,
entre el azul del agua y el del cielo.»
La sexta: «¡Hay que ver qué bien se está
en El Cairo y sus altos minaretes!
Recubro con el barro un ornamento
y mi cuartel de invierno ya está listo.»
«Pues yo tengo mi nido», dice la última
«donde está la segunda catarata;
el exacto lugar está indicado
en el psen de un monarca de granito».
«Mañana cuántas leguas», dicen todas,
«nuestra bandada habrá dejado atrás,
pardas llanuras, picos blancos, mares
azules con bordados espumosos».
Entre tanto chillido y aleteo,
sobre estrechas cornisas de la altura,
conversan entre sí las golondrinas
viendo cómo la herrumbre invade el bosque.
Comprendo las palabras que se dicen
porque al fin el poeta es como un pájaro;
pero, ay, está cautivo, y sus impulsos
se rompen contra redes invisibles.
¡Alas quiero tener, dadme unas alas!,
como dice aquel cántico de Rückert,
para volar con ellas hacia el oro
del sol, hacia la primavera verde.
29 noviembre 2007
Difícil
Todo es difícil... Parece fácil y qué difícil es repasar el cabello de nuestra amada con estas manos materiales que lo estrujan y obtienen.
Difícil, poner en su boca carnosa el beso estrellado que nunca se apura.
Difícil, mirar los hondos ojos donde boga la vida, y allí navegar, y allí remar, y allí esforzarse, y allí acaso hundirse sintiendo la palpitación en la boca, el hálito en esta boca donde la última precipitación diera un nombre o la vida.
Todo es difícil. El silencio. La majestad. El coraje: el supremo valor de la vida continua.
Este saber que cada minuto sigue a cada minuto, y así hasta lo eterno.
Difícil, no creer en la muerte; porque nadie cree en la muerte.
Hablamos de que morimos, pero no lo creemos.
Vemos muertos, pisamos muertos: separamos los muertos. ¡Sí, nosotros vivimos!
Muchas veces he visto esas hormigas, las bestezuelas tenaces viviendo, y he visto una gran bota caer y salvarse muy pocas.
Y he visto y he contado las que seguían, y su divina indiferencia, y las he mirado apartar a las muertas y seguir afanosas, y he comprendido que separaban a sus muertos como a las demás sobrevenidas piedrecillas del campo.
Y así los hombres cuando ven a sus muertos y los entierran, y sin conocer a los muertos viven, aman, se obstinan.
Todo es difícil. El amor. La sonrisa. Los besos de los inocentes que se enlazan y funden.
Los cuerpos, los ascendimientos del amor, los castigos.
Las flores sobre su pelo. Su luto otros días.
El llanto que a veces sacude sus hombros. Su risa o su pena.
Todo: desde la cintura hasta su fe en la divinidad; desde su compasión hasta esa gran mano enorme y extensa donde los dos nos amamos.
Ah, rayo súbito y detenido que arriba no veo. Luz difícil que ignoro, mientras ciego te escucho.
A ti, amada mía difícil que cruelmente, verdaderamente me apartarás con seguridad del camino cuando yo haya caído en los bordes, y en verdad no lo creas.
En Historia del corazón de Vicente Aleixandre.
También las palabras caen al suelo
como pájaros repentinamente enloquecidos
por sus propios movimientos,
como objetos que pierden de pronto su equilibrio,
como hombres que tropiezan sin que existan obstáculos,
como muñecos enajenados por su rigidez.
Entonces, desde el suelo,
las propias palabras construyen una escala,
para ascender de nuevo al discurso del hombre,
a su balbuceo
o a su frase final.
pero hay algunas que permanecen caídas,
y a veces uno las encuentra
en un casi larvado mimetismo,
como si supiesen que alguien va a ir a recogerlas
para construir con ellas un nuevo lenguaje,
un lenguaje hecho solamente con palabras caídas.
Roberto Juarroz (Argentina, 1925-1995)